martes, 27 de abril de 2010

La Flor del Olvido

LA FLOR DEL OLVIDO

por Sergio Pérez Muñoz, relato ganador del primer premio Fan Tas Tik 2010

Despertar. Abrir los ojos lentamente para adaptar la vista al entorno y su respectiva iluminación.

Respirar profundamente el nuevo aire que entra en el cuerpo embadurnado de consciencia, dejando a un lado los automatismos corporales y el trance del sueño. Un pequeño paréntesis en el tiempo para recobrar la memoria de lo último percibido visualmente, ubicarse en la realidad y volver a ser

funcional.

Nada de esto ocurre como debería ser. Algo marcha mal.

Luces cegadoras se encienden sobre mí. Un zumbido incesante da constancia de la electricidad que cruza los cebadores rudimentarios de un fluorescente, el parpadeo previo es inconfundible. Aún con los ojos cerrados, su luz se filtra entre mis parpados arrojando un universo de intensidad rojiza, que daña mis sentidos, pero que sin duda logra su objetivo.

Despertarme.

No hay recuerdos de lo último vivido. Es todo incierto, confuso, solo el frío contacto en mi espalda, que descansa sobre una superficie demasiado dura como para incitarme a volver a conciliar el sueño. Mis manos están atadas a ambos lados de mi cuerpo, igual que mis piernas a la altura de los tobillos. Incluso hay una correa que me aferra el abdomen y la cabeza impidiéndome comprobar que me tiene retenido allí.

Ni siquiera la primera bocanada de aire me ayuda demasiado. Va cargada de olores químicos que poco reconfortan, olores a desinfectante, olor a esterilidad. Debo estar en un hospital.

Al principio, la luz blanca que ilumina la estancia me produce una temporal acromatopsia que lentamente comienza a menguar. Entrecerrando los ojos y haciendo un gran esfuerzo, puedo ver lo que me rodea sin pararme demasiado en los detalles. Sombras salpicadas de luces intermitentes como luciérnagas que parpadean en diferentes colores, números digitales que cuentan procesos ininteligibles, escalas que se dibujan una y otra vez en pantallas de verdoso resplandor, tubos de ensayo, probetas, cables que caen en cascada de extraños aparatos perfilados por la luz mortecina que llega hasta ellos.

Todos tienen una característica en común, y es que ninguno de ellos hace el más mínimo ruido. Están situados fuera de una mampara de cristal en la que estoy contenido, reduciendo el espacio en unos escasos ocho metros cuadrados. Es un cuarto de vacío, un lugar donde ni siquiera el aire escapa.

Entrecerrando los ojos y apartando la vista de la luz, veo los vértices del cristal que se fusionan formando un cubo sin salidas, pared y techo uniéndose en una junta de metal oscuro y sellado, hermético, seguro y aislado.

Debo tener alguna enfermedad altamente contagiosa, y deben de estar estudiándome como a una rata de laboratorio.

Me extraña que la sola idea de estar aquí atrapado no sea un tema a reflexionar, como si mi mente bloqueara pensamientos referentes a que podría estar en peligro de muerte. No hay temor en mi, ni deseos de escapar o de sanar. Simplemente siento que “estoy” sin mas.

No se cuanto tiempo ha pasado cuando llegan varias personas, que se sitúan en el perímetro de la mampara. La luz solo llega hasta sus pies, y sus siluetas me parecen frías e inhumanas. Me observan en un silencio extremo, pero quizá estén hablando entre ellos fuera de estas paredes transparentes. Se mueven lentamente, cambian de posición y continúan observándome. Noto como sus miradas escondidas en la penumbra se inyectan en mis ojos.

Un carraspeo se sobrepone al sonido de los fluorescentes, desde algún rincón del cubo, resonando en todas su paredes.

-¿Le molesta la luz, señor Matthew? - dice una voz. Proviene de algún altavoz detrás de mí que no alcanzo a ver. El tono es calmado, neutro y vacío. Acostumbrado quizá a pronunciar esas mismas palabras más de una vez.

-Es demasiado fuerte para abrir los ojos.

-Ahora mismo le bajaremos intensidad. ¿Desea algo más?

-Me gustaría saber porque estoy aquí atado y aislado.- Mis palabras me sorprenden, no hay ni un ápice de rencor, ni angustia, nada. Suenan así porque en mi mismo no existen tales emociones, lo cual considero extraño. Quizá me hayan drogado tanto que apenas puedo expresar ni pensar lo que desearía en una situación como esta.

La intensidad de las luces se reduce mientras el doctor, por llamarle de algún modo, sigue hablando.

-Esta enfermo, tratamos de ayudarle. Todo lo que hacemos es por su propia seguridad.- Aquella frase sonaba como si la hubiera estudiado, memorizado, y ahora simplemente la vomitase. Formaba parte de su rutina. ¿Cuantas personas como yo debían de estar ingresadas en ese centro, en las mismas condiciones? Quizá cientos de ellas. Quizá solo yo.

-¿Que es lo que tengo?

-Estamos realizando algunas pruebas para determinar lo que padece, pronto le informaremos, ahora relájese y descanse.

No puedo estar más relajado.

Bloque residencial cuatrocientos treinta y siete, elevador tres, planta treinta y cinco, habitáculo setenta y ocho, tercer pasillo a la derecha después del corredor central.

Fragmentos de mi memoria que aparecen de la nada, sin un foco que les haga emanar del subconsciente. Destellos repentinos de un pasado no demasiado lejano.

Juliette.

Regeneración atmosférica y filtrado de agentes contaminantes: monóxido de carbono, dióxido de azufre, metano, dióxido de carbono, dióxido de nitrógeno...

Su cabello era rojo como el fuego, ligeramente rizado.

Planta de procesamiento medioambiental A-214. Planta menos siete.

Su piel era blanca como la nieve de las montañas, sus ojos eran azules como si hubiera capturado con la mirada un fragmento del cielo.

Juliette, ese era su nombre. Hacía cinco meses que había sido trasladada, ocupaba el habitáculo ochenta y tres. A veces la veía pasar desde la puerta de su residencia hasta el elevador. Caminaba como si el aire no se dignase a tocarla. A veces la veía... dulce ironía, cada día desde que llegó.

En algunas ocasiones habíamos coincidido por los pasillos y no me atrevía ni a mirarla. Otros hombres le dirigían la palabra y yo moría de celos. Deseaba ese valor básico que me permitiese mirarla a los ojos y mantener mí vista en ella sin desear huir aterrorizado al encontrar sus ojos posados en mí. Ese valor que otros derrochaban sin éxito aparente.

El sistema de cámara de mi puerta se activaba de un modo furtivo cada día a las seis y veinte de la mañana, para verla pasar camino de su trabajo. Su figura entraba en el plano apenas un segundo, pero merecía la pena esperar.

Necesitaba reunir el valor suficiente para provocar un encuentro casual, caminar junto a ella, saludarla, entablar una conversación. Hacerla saber de mi existencia.

Tan cerca y a la vez, tan lejos.

Desde el acta doscientos cuarenta y seis, todos los trabajadores de la corporación tenían derecho a saber algunos datos sobre los demás. Así pues, accedí a su ficha a través de la red interna. Pude saber que trabajaba en la misma planta de procesamiento medioambiental, grupo de Ingeniería. Para mi representaba una señal, no me gusta llamarlo coincidencia, mas bien son destinos trazados que convergen por un bien mayor. Que estúpido soy, que patético.

Regresando a casa, el monorraíl tuvo un fallo en el sistema de engranajes. Hubo un retraso de veintitrés minutos. Cuando llegue al bloque, ella esperaba junto al elevador tres.

Destinos que convergen por un bien mayor. No me gusta llamarlo coincidencia.

-¿Subes? - me preguntó. Su voz era dulce a la vez que tenaz y decidida. Su mirada no distanciaba mucho de poseer la misma esencia.

-Si...voy a la planta treinta y cinco.- traté de sonreír, pero ella ya no miraba. Mi expresión debía resultarle insegura, y mi sonrisa, algo parecido a una mueca de dolor y timidez enmascarados.

Que estúpido, que patético.

Tres personas bajaron, salieron y nos hicimos a un lado para que pudieran pasar. Entramos en el elevador, juntos. Guardé silencio. Ella dijo en voz alta el mismo número de planta y las puertas se cerraron. Vivo en la misma planta, dijo sonriendo.

Destinos que convergen. Demasiado simple llamarlo coincidencia.

La miré fugazmente y volví la vista a las frías puertas azules. El panel del elevador iba sumando plantas rebasadas mas rápido de lo normal a mi punto de vista, deseaba que el tiempo se detuviera, que fallase el sistema eléctrico, que algo pudiera retenerla allí junto a mi.

-En...- tartamudeé – ¿En que habitáculo vives? - menuda pregunta, como si no lo supiese. Dulce ingenuidad como mascarada.

-En el ochenta y tres, ¿y tu?

-En el setenta y ocho.- conseguí contraer suficientes músculos como para recrear una sonrisa convincente, ella me la devolvió.

A partir de aquel día, el monorraíl se estropeaba siempre para mí, puesto que llegaba a casa veintitrés minutos más tarde. El retraso más bello e importante de mí vida.

Han pasado ya veintidós días desde que desperté aquí. Ya no estoy atrapado en la camilla, me soltaron para que pudiera caminar alrededor del cubo cristalino que se me antoja como una prisión. Aun no sé como puedo calcular el tiempo sin tener una referencia directa del paso de los días, pero siento como si un cronometro hubiera sido ubicado dentro de mi cabeza. Cuento los segundos de todo lo que ocurre a mí alrededor, y su sincronía a veces se vuelve tan precisa que asustaría a cualquiera.

Tres segundos y veintiocho milésimas en abrirse la puerta, siete coma diecinueve tarda el doctor en llegar hasta el comunicador. Cuando se marcha, el tiempo gastado en el proceso es exactamente el mismo aunque la acción sea la opuesta. Sincronía aterradora, leyes y patrones precisos en un mundo que aparentemente está regido por el caos.

No sé que narices me está pasando. No puedo detener mis pensamientos, y las soluciones a problemas hipotéticos que me planteo obtienen respuesta casi instantánea, pero miles de ellas y con diferentes variantes. De seguir así, acabaré volviéndome loco.

El doctor se llama Daniel Skov. Por el tono de su voz, la dilatación de sus pupilas y algunas de sus expresiones faciales, se que miente cuando me dice que me pondré bien. Algo debe marchar bastante mal, pero por ahora no estoy preocupado.

Tres segundos y veintiocho milésimas tarde en abrirse la puerta. Tengo visita.

El doctor Skov camina sonriéndome hasta llegar al comunicador, lleva consigo una holotabla desconectada. Toma asiento en una cómoda silla con respaldo elevado y ruedas que mueve unos centímetros aproximándose lo más posible a la mampara. Yo sigo mirándole sentado en la camilla. Evita mirarme directamente a los ojos. Mi expresión debe perturbarle.

-Buenos días, señor Matthew.

-Buenos días, doctor.

Guarda un breve silencio antes de proseguir hablando. En su mirada hay duda, pena tal vez. No serán buenas noticias por lo que puedo intuir.

-Bien, quisiera que hablemos un poco. Lleva ya algún tiempo con nosotros y creo que va siendo hora de explicarle porque está aquí. En la holotabla tengo el informe de rescate, el contrato que usted aceptó para la corporación Naixom y algunos datos más sobre su vida que ahora mismo no vienen al caso. Quisiera empezar por mostrarle el informe que su corporación nos envió unos días después de ponerle en cuarentena en este centro.

-Si es tan amable. - mi respuesta parece sorprenderle. Debo ser el primer paciente del mundo que acepta su condición fatal con tanta pasividad.
Enciende la holotabla. Una imagen tridimensional con el logotipo de Naixom se genera a unos centímetros de su superficie, con una calidad extrema. Ha debido de pasar mucho tiempo desde que vi una holotabla en funcionamiento, y por tanto, la tecnología ha evolucionado de un modo asombroso.

Puedo ver una fotografía mía reciente, antes de que todo esto pasase. Es la fotografía que utilicé en mi currículo con Naixom. Están todos los datos que rellené en su contrato, mi edad, mis estudios, mi residencia, mi vida resumida de un modo grotesco. La voz de una mujer suena leyendo cada uno de los apartados del contrato y prosigue hasta comenzar con el informe de extracción.

“Informe de extracción 270357A-015. Fecha de registro: 28 de junio del 3015 CC (calendario central) Sujeto: 135-14B Sistema planetario: Aramelia (número de registro: 7493/G)

El agente 135-14B fue enviado al sector 56 del hemisferio norte en calidad de agente colonizador para realizar un estudio previo de las formas de vida posibles, así como la debida comprobación cartográfica de la zona. Un vehiculo crisálida de descenso llevó al agente a la superficie del planeta Aramelia el 12 de junio, dieciséis días antes de su recogida, a la zona antes mencionada y fue activado el sensor Biotech reglamentario para la comprobación de su estado con un seguimiento constante desde la nave principal situada en orbita geosincrona.

El agente comenzó su exploración hacia las regiones occidentales según el plan de trabajo trazado por el grupo colonizador.

El 28 de junio se recibió una anomalía en el sistema Biotech. El agente mostraba un ritmo cardíaco anormalmente reducido junto a su función respiratoria. Fue detectado un agente biológico patógeno desconocido en su flujo sanguíneo que alteraba sus constantes vitales. La nave principal envió un vehiculo de rescate no tripulado que procedió a la recogida del agente en el mismo sector 56, a 22 Km. de distancia del punto de inicio.

El sistema automático de la nave recuperó al agente y se procedió a su precintado y criogenización.”

El doctor Skov apaga la holotabla. El resumen de lo sucedido es breve y conciso, pero ni mucho menos puede explicar que ocurrió en el planeta Aramelia.

Recuerdo el aroma de su cabello como si fuera hoy mismo. Aquella tarde que quedó atrás, perdiéndose entre mi olvido y mi rencor, sucumbiendo ante el tiempo y ahora nuevamente despertado sin saber exactamente porqué.

La terraza superior del bloque residencial no era un lugar idóneo para citas. No era un lugar idóneo para nada. Sistema eléctrico, pantallas fotosensibles, acumuladores de energía, recolectores de vapor y cientos de otros sistemas repartidos aquí y allá. Una maraña de tubos, cables y cajas metálicas que daban la sensación de ser las entrañas vistas de un enorme monstruo destripado.

A nosotros parecía no importarnos demasiado todo eso. Contemplábamos la puesta de sol en un profundo silencio que decía mil veces más que mil palabras, mirándonos de vez en cuando, cayendo yo en ese fulgor azul de sus ojos que parecía no tener fondo y que ahora, habiendo destrozado mis barreras, me resultaba casi imposible dejar de mirarlos. Tanto ella como yo, vestidos aun con el uniforme de trabajo de la planta de regeneración atmosférica, azul, liso y carente de detalles. Juliette moldeaba aquel tejido con su cuerpo de tal modo que lo hacía perfecto. Todo en ella en si lo era.

El sol se encontraba a medio camino entre el crepúsculo y el ocaso, rozando lentamente el horizonte y preparándose para caer en el letargo de la noche, que se propagaba como un manto purpúreo a nuestras espaldas. Trazos de fuego rojizo y violeta, destellos de verde perlado y sombras caoba, el cielo era una pintura abstracta en una atmosfera contaminada y en algunas regiones, letal. Solíamos comentar como el horror y la muerte venida del cielo podía parecernos tan hermosa cambiando el punto de vista. Éramos afortunados de vivir bajo la protección de las cúpulas cristalinas que nos libraban de la intoxicación del exterior, comprendíamos que aun existía vida tras aquellos cristales, vidas de hombres y mujeres que se veían rodeados de la miseria y la desgracia, luchando por sobrevivir en un mundo condenado. Nos veíamos a nosotros mismos como salvadores, tanto yo en la sección de mantenimiento de los grandes generadores como ella en el campo técnico. Nuestras vidas eran muy distintas por las funciones que desempeñábamos, pero no había sido un impedimento para que una luz brotase en ambos.

Aquella fue la primera noche que Juliette pasó conmigo. La primera de muchas otras, bajo aquel cielo muerto y sin estrellas, un cielo agonizante que a veces, según el punto de vista, podría ser uno de los más bellos, de todos los que vería en mi vida.

-Bien. ¿Que le ha parecido el informe? ¿Es correcto todo lo que menciona en él?- pregunta Skov. Deja a un lado la holotabla y acerca su asiento a la mampara de cristal. Parece realmente interesado en saber lo ocurrido.

-El informe es correcto.- el hecho de no añadir nada mas parece ponerle nervioso, o intrigado tal vez.

-¿Puede contarme que ocurrió en Aramelia, señor Matthew?

-¿Que desea saber exactamente?

-Todo, desde el momento en que llegó y piso tierra, hasta el instante en que se realizó la extracción.- dice sin dejar pausa entre mi pregunta y su respuesta. Definitivamente debe estar intrigado.

-Está bien.

-¿Le importa que active la holotabla para grabarle? Su corporación me ha solicitado que haga un informe completo sobre su estancia aquí y necesito proporcionar todos los datos que me sean posibles.

-No hay problema.- Respiro hondo, cierro los ojos y trato de recordar. En estos últimos días, los recuerdos se han convertido en datos procesados que puedo consultar cuando lo deseé. Es como si cada fecha, momento y lugar hubieran sido almacenados en una gran biblioteca con un registro terriblemente amplio y detallado. Es igual a ver en una holotabla la vida ajena de alguien, solo que en este caso es la mía, pero al contemplarla de ese modo, todo y cada uno de esos recuerdos carecen en si de emociones, sentimientos. Están vacíos, como si los hubiera vivido otra persona, como si cada uno de ellos fuera totalmente ajeno a mi propia vida.

El doctor Skov enciende la holotabla. El pequeño dispositivo de grabación sale de la bahía de cámara y se eleva gravitacionalmente hasta llegar a unos pocos centímetros de altura sobre mí. La imagen del video que Skov grabará será bidimensional, al no poder activar el resto de cámaras que debe llevar equipado el aparato, puesto que la mampara impide una grabación en varios ángulos y el correspondiente giro perimetral que permitiría una imagen tridimensional.

-Bien, ya está grabando. Cuando deseé puede empezar. - dice el doctor sin levantar la cabeza de la pantalla de la holotabla. Me tomo mi tiempo antes de empezar.

“Grabación del agente 135-14B/ 22 días después de la apertura del precinto de seguridad y su ubicación en instalaciones preparadas para contención de agentes patógenos extremos.

-Bien, ya está grabando. Cuando deseé puede empezar. Diga su nombre y algunos datos sobre usted para que quede registrado en la grabación, si es tan amable.

-Mi nombre es Francis Matthew, nací el veintiuno deFebrero del año dos mil novecientos setenta y dos en la maternidad Di Coppi III. Tengo cuarenta y tres años.

-Bueno, ese ultimo dato no es del todo preciso, puesto que nos encontramos en el año tres mil sesenta y ocho, y técnicamente usted tiene la edad de...

-Noventa y seis años.

-¿Alguien le había comentado la fecha en la que nos encontrábamos?

-No. Pero imaginaba que la contracción temporal del viaje hasta Aramelia, ida y vuelta, mas el tiempo que pasé allí antes de bajar al planeta, causaría una diferencia significativa a mi regreso.

(Anotación: el paciente no se muestra alterado ante los efectos de la contracción temporal como suele ser normal en estos casos)

-Bien. Cuénteme como fue su llegada al sistema Aramelia.

-Violento sería la palabra que mejor lo describiría.”

Violento. Recuerdo que todo temblaba, me resultaba casi imposible seguir las lecturas en la pantalla de la nave crisálida. No había ninguna referencia visual en mi descenso, ninguna ventana por donde asomarme, nada que me dijera realmente cuanto faltaba para colisionar en tierra firme. Los datos de las pantallas marcaban un seguimiento constante y todo estaba automatizado. Solo tenia que esperar al final del trayecto, el asiento de seguridad desbloquearía los amarres que me protegían de rebotar contra las paredes de metal cuando todo hubiera pasado. Alguien había errado los cálculos de entrada y la resistencia a la que se veía sometida la nave duraba demasiado. Podía imaginar como las capas cerámicas se desprendían una a una, rodeadas de un fuego abrasador, como el metal se encendía, se dilataba y desquebrajaba como si la atmosfera de Aramelia lo arañase con el único deseo de encontrar lo que había allí dentro. Estoy seguro de que otros no lo lograron.

Una explosión terrible resonó por todo el mamparo interno. La desaceleración me clavó el mentón en el pecho y por un momento pensé que me arrancaría la cabeza. Los reactores de frenada se habían activado. El sonido era ensordecedor.

La temperatura que se había generado en el interior fue bajando a medida que la nave descendía, y paso de tener un envoltorio de llamas a otro de hielo, menos intenso que el anterior pero más duradero. Me estaba congelando cuando la nave por fin toco tierra, clavando el pico inferior, enterrando los reactores y colocando tres ejes para mantener la nave erguida. El sistema de amarres del asiento se desbloqueó.

En la pantalla principal pude ver los datos sobre climatología y composición atmosférica. Ya estaban más que estudiados. Cargué los datos del descenso en un disco de progreso, conecté el Biotech y abrí la compuerta al exterior.

Los soles de Aramelia me cegaron durante un instante. Fue necesario aplicar varios filtros del casco para poder observarlos sin sufrir daños en la vista. Recuerdo la imagen perfectamente; una estrella azul enorme y otra amarilla que giraba a su alrededor, capturada y viéndose sometida a morir lentamente absorbida por la mas grande, dejando una columna de fuego incesante que las unía en una especie de danza macabra interminable, que seguramente había comenzado millones de años antes de mi llegada y seguiría millones de años después de mi marcha.

Aquel sistema de soles conjugaba un mundo extraño, dotando al paisaje de una amplia gama de colores a lo largo del día, a veces de un azul intenso, otras en cambio, de pinceladas lapislázuli y destellos verdes abriéndose paso entre las nubes.

Como ya se sabía, Aramelia estaba totalmente inundado de vida. La vegetación del planeta se había estudiado durante largo tiempo antes del descenso de las naves crisálida, y compartía en muchos aspectos cierta similitud con la terrestre, con la principal diferencia depositada en la clorofila, pues en Aramelia toda la vegetación poseía un tono azulado, evolutivamente adaptado, para captar con mayor intensidad la luz provinente del mas grande de sus dos soles. Lo que resultaba mas curioso de todo aquel mundo nuevo era la total ausencia de vida animal, en todas sus formas y niveles.

Las estructuras de los vegetales pluricelulares no siempre coincidían con los que poseíamos en la Tierra. El enfoque de su evolución se había basado total y unicamente en la resistencia y la captación de luz. Había muchas de las especies que parasitaban a otras, pero la norma general era crecer lo más alto posible para hallar la luz, creando bosques de tonos azulados con una pobre vida en su base, pero poseedores de una impresionante altura que se cerraba en un tupido cúmulo de hojas de tamaños y formas variadas, dotando a los bosques de aspecto a inmensas e infinitas catedrales de complejísima nerviación.

Habíamos estudiado el planeta entero por sectores, consiguiendo muestras a partir de vehículos no tripulados que mandaban al espacio los especimenes, siendo recogidos por la nave principal. Muestras de tierra y agua, que habían sido sometidas a rigurosos análisis sin encontrar ni una sola bacteria que pudiera ser catalogada como parasitaria para un ser humano, a decir verdad, en su totalidad, todas poseían orgánulos destinados a la captación de luz. Era demasiado extraño, destrozaba la teoría de miles de xenobiólogos, pero sin duda era cierto. Aramelia era un mundo vegetal, toda vida existente se basaba en ello, y nuestra especie pasaría desapercibida de posibles enfermedades.

Los informes atmosféricos eran positivos. Algunos de los científicos habían comentado que el aire era tan puro como en la Tierra lo fue, miles de años atrás en el tiempo. No pasé más de una hora con el soporte vital conectado. Abrí el traje pese a todos los avisos del sistema, fueron necesarios varios códigos para desconectar los protocolos de seguridad.

Respiré hondo. Sentí el aroma de Aramelia entrar en mi y una sensación de alivio recorrió mi cuerpo al comprobar que su atmosfera no me envenenaría.

Ya no sería necesario volver a la nave crisálida cada tres días de operaciones, puesto que ese itinerario estaba pensado para el reabastecimiento de oxigeno. Cargué con todos los víveres que me fueron posibles, dejé el traje abandonado dentro de la nave de descenso, consulte el holomapa y comencé a caminar en la dirección señalizada para empezar con mi autentico trabajo. Comuniqué a la nave principal que había abandonado el traje pues no era necesario. Dijeron que las condiciones atmosféricas eran favorables, pero las temperaturas se verían levemente reducidas al llegar la noche. Según mis propios cálculos, eso tampoco resultaría un problema las mantas térmicas me mantendrían con el calor suficiente y los días en aquel mundo nuevo eran calurosos sin llegar a ser asfixiantes.

A lo largo de mi viaje vi lugares increíbles, tuve la ocasión de estudiar detenidamente nuevos especimenes y vi las puestas de sol, de soles para ser mas preciso, más espectaculares que jamás vería en toda mi vida.

Aramelia me había enamorado, llenando aquel hueco vacío que sentía en mi alma. Estaba tan entusiasmado que el despertar era la puerta de una nueva ilusión, y conciliar el sueño sobre su tierra, una nueva manera de encontrar la paz y el descanso, siempre con una sonrisa dibujada en mi rostro.

Dieciséis días después de mi llegada, fue cuando encontré el valle. La noche anterior había trepado por una cresta paralela a un cañón que parecía haber sido un río mucho tiempo atrás. Las dificultades de su geografía me obligaron a modificar el rumbo ligeramente al norte y perder de vista el horizonte a causa de una cordillera muy elevada que se encontraba frente a mí en forma de media luna. Después de varias horas, llegué a un desfiladero y grabé una panorámica de la zona. Fue entonces cuando vi algo inusual en la previsualización. Era una zona completamente distinta a lo que había visto hasta entonces, una zona en que la gama cromática natural de la vegetación cambiaba a tonos amarillos muy vistosos.

Marqué el lugar en el holomapa y descendí con mucha dificultad al valle donde se encontraba la zona mencionada. La región estaba ocupada prácticamente en su totalidad por un bosque muy denso. Avanzar me costo varias horas, y hubiera perdido el rumbo de no ser por el sofisticado equipo de guía. No pude ver el lugar hasta que me encontré en sus puertas.

Era un grandioso círculo en mitad de la espesa vegetación. Ocuparía un par de kilómetros quizá, me quedé paralizado durante varios minutos contemplando el paisaje.

Flores. Había flores, y eran enormes, más grandes aún que los girasoles que antaño había en nuestro propio mundo. Poseían una forma extraña y difícil de describir, pero tenían cierta similitud a las orquídeas.

¿Como podían existir flores? No tenia sentido. Aramelia era un mundo sin vida animal, y el diseño natural de una flor estaba concebido para llamar la atención de los insectos, impregnarlos de polen y de ese modo, el insecto fecundar a otros especimenes dando lugar al intercambio genético y la consiguiente evolución. ¿Habría vida animal en Aramelia y no nos habíamos dado cuenta?

Caminé entre ellas observándolas con detenimiento. Traté de oler algunas pero no poseían un aroma especial que resultara llamativo, tan solo su intenso color amarillo frente a un tallo azulado. Recogí muestras e hice fotografías. Al agitarlas, desprendían un polvo casi translúcido. Al analizarlo, pude ver que principalmente estaba compuesto de silíceo, algo tan extraño como la presencia de aquellas flores en el planeta.

Era medio día, había habilitado un lugar en el borde de la zona donde crecían para depositar el equipo y desplegar el pequeño laboratorio portátil, cuando comencé a sentir una intensa sensación de cansancio y sueño. Deje todo lo que estaba haciendo, no me veía con fuerzas para continuar, y me tumbé entre la hierba, con la vista perdida en el cielo, observando las formaciones nubosas de Aramelia, pinceladas con tonos verdosos y azulados, y aquellas flores altas y hermosas que se cernían sobre mi mientras caía en la mas profunda oscuridad.

Luego, desperté aquí.

La historia de mis andanzas por Aramelia parece satisfacer al doctor Skov. Durante un largo rato tan solo se ha limitado a observarme mientras narraba lo ocurrido y de vez en cuando anotaba algo en su holotabla. En su mirada hay un brillo especial, como el de un niño ante un juguete nuevo. Para él, yo debo ser algo parecido. Una anomalía en su rutina, algo que le sorprende, una oportunidad de subir escalones en su trabajo. Por mucho empeño que le ponga, no consigue convencerme de que su preocupación es real. Tampoco me importan demasiado ni sus objetivos ni sus logros, ni siquiera anhelo el exterior de esta celda. Para mi el mundo ha cambiado, como otras tantas veces a lo largo de mi vida, solo que esta vez parece ser de un modo definitivo.

Juliette se mudó a mi habitáculo. No tenía demasiadas cosas en el suyo, puesto que hacia relativamente poco tiempo que había sido ubicada en mi bloque residencial y en la planta de regeneración atmosférica. Habían sido unos días felices, aunque ahora el término se me antoje difuso e incomprensible.

El tiempo había pasado y nos habíamos habituado el uno al otro. Habíamos rellenado docenas de solicitudes para que nos concedieran un lugar un poco mas espacioso, pero la corporación no perdía el tiempo con las suplicas de sus trabajadores.

De todas las solicitudes de diferentes tipos que enviamos, la negativa que más afectó a Juliette, fue el hecho de que no le concedieran el permiso para poder tener un hijo biológico.

Tanto ella como yo, habíamos nacido en centros de maternidad, como la gran mayoría de la población mundial. Salidos del vientre de una maquina, modificados genéticamente para desempeñar funciones especificas. Todos los que nacían en esas condiciones, carecían de la capacidad de procrear; solo la aceptación de la solicitud y la debida administración de medicamentos permitirían a Juliette y a mí poder tener hijos nacidos de nuestra unión.

Después de la tercera negativa, Juliette cayó en una depresión que fue en aumento. Sentía desgana por todo lo que hacía e incluso llegó a retrasarse en la entrada al trabajo en tres ocasiones. Estuvo a punto de perder el derecho al habitáculo.

Fue entonces cuando me pidió tiempo. Yo no conocía ese concepto. Tiempo a solas, tiempo para pensar, tiempo para olvidar.

No lograba entenderla. Solo sentía que entre ambos, una barrera crecía día a día.

Cuando estábamos juntos, en realidad, hacía sentirme alejado de ella, distanciados a tantos millones de kilómetros como lo estaban las estrellas entre si. Tratar de acercarme, acariciarla, hablarle para expresar mi deseo de volver a verla como antes, era un modo de acelerar su alejamiento, como aborrecida por mi presencia, como si aquello que habíamos vivido fuera un mero recuerdo que el tiempo se esforzaba por borrar.

Sus visitas fueron menos frecuentes, las mías inexistentes por el temor a empeorar lo que ya de por si parecía no tener remedio.

Descubrí por primera vez en mi vida lo que era la desesperación, una nueva forma de soledad anexada al dolor de una perdida irreal. Como la vida se descontrolaba por falta de un ingrediente desconocido y la rabia por carecer del conocimiento para encontrarlo.

Vivir se transformó en algo superfluo. Trabajar era un terrible pesar donde los movimientos mecánicos de una labor aprendida durante toda una vida daban lugar a largas horas de pensamientos que atravesaban mi mente, desgarrándola, con dudas inexistentes, supuestos amantes ficticios, decepciones personales por carecer de la capacidad de dar aquello que se me pedía sin conocer la necesidad. El tiempo se había convertido en un tormento, y en el interior de mi cabeza, un huracán de ideas absurdas tomaba forma a la vez que se destruía para volver a renacer.

Desde mi puesto de trabajo, miraba hacia los grandes ventanales reflectantes que formaban el edificio principal de oficinas de la planta de regeneración. Soñaba con que ella me observaba a través de los cristales, que anhelaba regresar a mi vida pero no sabía como hacerlo. Entonces la amaba más que nunca, en aquel sueño absurdo, para después odiarla del modo mas profundo al recordar la realidad.

Una tarde de Enero, encontré la copia de la tarjeta de entrada de mi habitáculo que le había dado a ella, encima de la mesa de centro. Había una nota escrita en papel en la que me explicaba que no podía volver a verme, que lamentaba que las cosas hubieran ido tan mal entre nosotros y que había solicitado un cambio de bloque residencial. Al parecer, aquella solicitud la tramitaron con una velocidad desmesurada, pues no volví a verla en mucho tiempo.

Yo aun continuaba con mi angustiada vida, arrastrándome por un mundo que ya había dejado de ser bello, que cada día se volvía mas real y podrido a mi alrededor, que comenzaba a detestar y que deseaba dejar atrás, huyendo en busca de un destino mejor, falsamente lleno de alegrías que otrora me hubieran llenado, y que ahora considero tan efímeras como un triunfo ajeno.

No sé bien porque lo hice, quizá por flagelar mi alma más aún por ese deseo intrínseco de besar lo más hondo del abismo humano. Busqué información de su paradero en la red interna.

Había pasado mucho tiempo viviendo aquí y allá, como si ella misma tampoco encontrase un lugar idóneo para reposar su propio sufrimiento, sin tener un rumbo fijo. Los últimos datos de residencia la ubicaban en una región polar, realizando las mismas funciones para las que había nacido, solo que esta vez no vivía sola. Tenía un nuevo compañero.

Fue como si una daga al rojo vivo se clavara en mi pecho y oscilase de un lado a otro para indagar en él. La sola idea me resultaba repulsiva, obscena, aterradora. Apretaba los dientes hasta oírlos rechinar y cerraba los ojos con fuerza. Tanto odio, y tanto amor a la vez, resultaba demencial, y por momentos perdí la cordura, grité hasta perder la voz, y después agradecí la soledad de las cuatro paredes frías que me envolvían y su silencio comprensivo.

Me invadió el deseo de escapar. La Tierra era un lugar demasiado pequeño para mí. A sabiendas de las distancias, la sentía junto a mí, como si ambos fuéramos unidad, como si todo aquello fuera un mal sueño del que no podía despertar.

Debía romper con todo lo que me unía a ella.

Busqué en la red externa. Colonización de mundos, una oportunidad de huir del pasado. Naixom ofrecía un contrato único, cancelación de contratos de trabajo actuales, muchas ganancias y un seguro medico ilimitado. Un nuevo mundo que colonizar, llamado Aramelia. Existían cientos de mundos, pero tan solo tres tenían atmosfera respirable y vida. Aramelia era el último que había sido encontrado.

El desgaste temporal, la contracción del espacio-tiempo, significaba que todo lo conocido en el mundo que dejaba atrás habría desparecido a mi regreso. Ella habría desaparecido también.

Sabía que aquello me haría sufrir más, pero una vez la nave despegase, no habría vuelta atrás, y a fin de cuentas yo tan solo deseaba que aquel espacio negro se me engullera, y que el nuevo mundo me diera la fuerza necesaria para olvidar.

Olvidar. Destinos que se rompen por un bien mayor.

Siempre odié llamarlo coincidencia.

El doctor Skov desconecta la función de grabado, la cámara gravitatoria vuelve a su bahía y apaga la holotabla.

-Vaya, así que flores…- dice mas bien para si mismo, mientras observa la negrura de la pantalla desconectada de la holotabla.

-Así es. Flores amarillas.

Se toma un tiempo antes de volver a hablar. Deduzco que esta dudando si decir o no algo en concreto.

-Verá, le seré sincero – dice mirándome a los ojos – Al parecer, esas flores que menciona poseen una extraña sustancia que entró en su flujo sanguíneo a través de los pulmones, cuando usted respiro el aire de aquella zona. En efecto, su base es silícea. También le diré que hasta el momento, no hemos podido eliminarla de su cuerpo, parece extenderse por todo su cerebro lentamente, multiplicándose y, por decirlo de algún modo, transformando algunas regiones de su córtex. Por eso, principalmente, he grabado su declaración, porque su cerebro se esta reestructurando, sobretodo las zonas donde hay mas actividad sináptica. Está perdiendo sus recuerdos - vuelve a observarme para ver mi reacción. Siento como si ya supiese lo que me explica. Se extraña al ver la ausencia de preocupación aunque ya sepa el motivo.

-Continúe – le digo. Tarda algunos segundos en retomar su charla.

-Cuando recuerda varias ocasiones un mismo hecho, ese recuerdo se ve afectado por la sustancia silícea, y comienza una especie de proceso de reparación que sustituye sus neuronas por un complicado compuesto de silicio y carbono. Por suerte, no todo su cerebro se ve afectado por esta extraña infección. Estamos estudiando la posibilidad de extirpar las zonas afectadas, pero muchos compañeros, al igual que yo, creemos que esto no le beneficiará en absoluto. Hay discrepancias, pero también necesitamos su aprobación para ese tipo de intervención.

-No deseo que me extirpen nada.

-No, no, le comprendo. La operación es complicada y los daños que se causarían serían incluso peores que dejarlo como está. Solo quería informarle de que hemos hecho todo lo posible. Aun nos quedan algunas pruebas que realizarle, y saber con exactitud si esas toxinas que porta no serán un peligro a largo plazo para otras personas que se puedan ver expuestas. Por el momento, solo le afecta a usted y la sustancia no ha tratado de encontrar un medio de expandirse fuera del cerebro, ni en su propio cuerpo ni hacia el exterior.

-¿También olvidaré que tuvimos esta charla, doctor? - la pregunta parece desorientarle un poco.

-Sin duda, tarde o temprano lo hará. Cualquier concepto de pasado quedara eliminado de su mente, solo verá el día a día sin posibilidad de retener nada. Creemos que también afecta a su capacidad de sentir. Quizá por eso no le afecta conocer el mal que tiene encerrado en su mente, no volverá a sentir miedo, ni compasión, ni afecto... Lamento tener que decirle todo esto.

-No se preocupe doctor. Yo no puedo lamentarlo.

Las últimas pruebas a las que hacía referencia el doctor Skov eran puras torturas que no obtuvieron el resultado deseado. Habían indagado en mi vida, en la de Juliette inclusive. Habían conseguido imágenes de nosotros juntos, pero sobretodo imágenes de ella, en su trabajo, paseando junto a su último compañero. Imágenes de su vejez, de su muerte.

Me las mostraron una a una mientras una cámara filmaba mi reacción. Nada de aquello me afectó en absoluto. Apenas me quedaban ya recuerdos de ella en la mente de tanto tratar de recordarla. Poco a poco se marchaba, y con ella se iban mi infancia, mi aprendizaje, Aramelia y sus majestuosos paisajes, mi juventud, mis sueños, mis ilusiones y sobretodo, mi dolor.

Ficheros de audio, su voz inmortalizada sonaba otra vez, una voz joven y dulce. Había tratado de contactar conmigo varios meses después de mi partida hacia el nuevo mundo. Era una voz triste que trataba de disculparse entre sollozos, suplicas de perdón, de incomprensión al no devolverle las llamadas, sintiéndose afectada por la indiferencia que yo parecía mostrarle.

Su último mensaje tenía cincuenta y dos años de antigüedad. Fue cuando comprobó que me había marchado de la Tierra y que jamás volvería a verme. Dejó un mensaje para que lo escuchara a mi regreso. Aún te amo, esas fueron sus palabras. Mencionaba que jamás se perdonaría el sufrimiento que había causado en mí como para tomar aquella decisión que nos separaría para siempre.

Soy capaz de imaginarme como era antes. Me alegraría de tener medio cerebro de silicio si pudiera o supiera como hacerlo. Mi antiguo yo quizá no hubiera soportado aquellas imágenes ni aquellas disculpas.

Deseé cruzar el cosmos en busca del olvido, y esa había sido mi recompensa. Ni siquiera soy capaz de sentir dolor por la ausencia de la capacidad para sentirlo. Es todo confuso y a la vez, claro y simple. De esa manera, nada tiene sentido, y todo lo tiene.

Naixom se encarga de cumplir bien con su seguro ilimitado. Tengo una paga mensual por invalidez; bastante abundante, más de lo que necesito. Me dieron el alta en el hospital y el doctor Skov me hizo firmar varios documentos en los que me comprometía a no revelar nada de lo ocurrido en Aramelia. La ironía es que posiblemente lo único que recuerdo de aquel mundo es su nombre y por pensar en él ahora mismo, quizá mañana no logre recordarlo.

Lo único que no he podido olvidar, aunque haya pensado en ellas cientos de veces, son aquellas magnificas y bellas flores amarillas que tanto me cambiaron.

Ahora los días pasan, y cada uno nuevo que llega, borra los recuerdos del anterior, haciendo de mi vida un proceso repetitivo. Me despierto, me miro en el espejo y trato de saber que tengo que hacer, para luego descubrir que en realidad, solo me queda vivir y contar el tiempo, ochenta y seis mil cuatrocientos segundos esperando al día siguiente.

Naixom ha entrado en el juego de la guerra, según las ultimas noticias. Es curioso como las corporaciones son capaces de cambiar sus funciones según el tiempo en que les toque vivir. La revolución ha saltado en varias de las colonias. Solo veo sangre y muerte en la holopantalla de mi habitáculo, a veces incluso consulto la red externa con deseo de ver mas detalles sobre lo ocurrido, aunque cada vez que la miro, todo me resulta nuevo.

Existe un rumor que corre por la red. Un fármaco que entró nuevo en el mercado hace poco tiempo por la mano de Naixom. Convierte a los soldados en maquinas de matar, sin piedad, sin temor, fríos como témpanos de hielo.

Los soldados lo llaman la flor del olvido.

miércoles, 4 de junio de 2008

miércoles, 19 de septiembre de 2007

Verson

Aquella noche fui a ver a Verson. Utilicé la terminal y accedí a su sistema particular. Siempre se encierra en su propio mundo.
Abrí una pantalla de visualización en las coordenadas en las que la entidad Verson se encontraba. Era una negra cueva, llena de estalactitas y estalagmitas de color azufre, el suelo era ligeramente rojizo. Verson estaba allí, de pie, oteando en la oscuridad, disfrazado de caballero medieval.
En una mano portaba una antorcha, mientras sujetaba un escudo anclado en el antebrazo. Con su mano derecha, agarraba fuertemente una espada larga muy brillante y de aspecto pesado. Avanzaba en la oscuridad buscando algo. No quise interrumpirle.
Algo rugió con fuerza en el fondo de aquella negrura, dando paso a una enorme llamarada que chamusco el techo de la cueva. Verson se cubría con su escudo reflectante y ornamentado con dos caballos encabritados. Aun así continuaba caminando hacia aquel fuego fatuo salido de la nada aparentemente.
Pero no era así.
Un terrible dragón rojo lleno de espinas era lo que Verson buscaba en aquella cueva, un enemigo temible. Yo, por mi parte, me recosté en el asiento de la terminal cruzando los brazos por detrás de mi cabeza, adoptando una postura de buen observador, iba a disfrutar de su hazaña como si de un espectáculo se tratase.
Había visto a Verson luchar contra todo tipo de criaturas, tanto fantásticas como reales, o relativamente reales, pues muchas de aquellas criaturas realmente existieron en la tierra, pero hacía milenios que se habían extinguido. No era el caso del dragón.
Verson luchó con gran maestría, era solo un hombre enfrentándose a una enorme criatura nacida para matar. Pero verle combatir no me resultaba excitante, simplemente me recordaba a aquellas viejas películas donde el héroe siempre ganaba bajo cualquier circunstancia. Sabía que Verson iba a ganar, siempre lo hacía.
Tardó poco en hacerlo.
Fue entonces cuando decidí hacer acto de presencia en su fantasía.
-Buenas noches, Verson. Ha sido un buen combate.
Verson miró justo hacia el punto donde yo había creado la visualización. Sabía que estaba allí desde el principio.
-Buenas noches Anthony, me alegra que te haya gustado el combate. – dijo sonriéndome.
-He visto tantos combates que se hasta cual será tu próximo movimiento.
-Es cierto, a veces soy predecible, pero por suerte el dragón no sabía eso.
-Yo diría que siempre eres predecible.- dije riéndome.
-No siempre, puedes estar seguro de ello. Espera un momento que guardo la información y paso a un modo más cómodo.
La cueva desapareció, para dar lugar a una sala enorme, decorada con trofeos de caza, había un enorme butacón delante de una chimenea. Verson cambió su vestimenta por una bata. En el fondo de la estancia, innumerables estanterías se erguían repletas de libros, y en una de las esquinas había una escalera con ruedas para poder acceder a las partes mas elevadas de dichas estanterías. Era el salón de Verson, cada noche lo veía, pero siempre aparecían elementos nuevos.
-Y bien, Anthony, ¿como ha ido tu día? – me preguntó, como cada noche.
-Bien, hoy nos hemos detenido en la estación espacial Fauler 23B, tiene un gran muelle de carga y un mercado bastante completo.
-Si, estoy al corriente de eso. – era verdad, yo mismo había introducido datos en el sistema para que Verson pudiera saber el camino que trazábamos cruzando el espacio.
-Pues en ese mercado he adquirido tres unidades nuevas, tres droms.
-Vaya, eso es una buena noticia, ahora tendrás mucho mas tiempo libre.
En parte era cierto, los droms son unidades de trabajo, robots que se encargan de cumplir las funciones establecidas por el sistema automático de la nave.
-Quizás, pero primero tengo que programarlos, no es tarea fácil. – dije con resentimiento.
-No te preocupes, conéctalos a la terminal y yo me encargaré de que hagan las labores que tú quieras. ¿Qué tipo de droms has comprado?
-Dos de mantenimiento, modelo Vanclas X2, dicen que han actualizado el sistema operativo interno y que ahora trabajan mucho mejor que la primera versión. Si no fuera así hubiera comprado antes unos Fibiotech. También he comprado un drom administrativo.
Verson guardó silencio. Luego hablo.
-¿Para que quieres un drom administrativo? Yo suelo encargarme de esa labor. – aunque Verson fuera una imagen virtual dentro de una pantalla de la terminal, en su rostro y en su voz se notaba el temor y la duda.
-Es una sorpresa, hoy tengo que revisar su sistema, pero mañana te diré para que lo quiero exactamente.
-Bien, tú mandas. – su tono sonaba a melodía fúnebre.
-¿Cómo llevas a los individuos de Tempus?
-Bastante bien. Como ya sabes, actualmente poseo doce registros al mismo tiempo, pero calculo que mañana o pasado mañana terminaré dos de ellos. ¿Recuerdas a Simón? Fue introducido en Tempus hace dos años. Rubio, alto, ojos claros, pelo muy rizado, trabajaba como calculador de rutas de una nave de transporte.
No lo recordaba, tanta gente había desglosado que los nombres se mezclaban en mi mente.
-Si, le recuerdo. – mentir a veces es algo bueno.
-En Tempus tiene setenta y ocho años, dos hijos ya casados y sobretodo, es feliz, es hora de que muera en paz.
Verson era un genio gestionando a los individuos de Tempus.
Yo creé Tempus. Era un programa que emulaba la vida de las personas. Todo fue a causa de un gran sentimiento de culpa que no me dejaba dormir por las noches.
Cuando decidí ganarme la vida, descubrí un modo de embolsarme grandes cantidades con poco esfuerzo. La tecnología evolucionaba a paso agigantado cada día, nuevas maquinas para realizar todas las labores posibles, transportes privados capaces de alcanzar velocidades extremas, armas devastadoras capaces de borrar planetas enteros, y sobretodo, droms. Los droms desempeñaban todas las funciones que antes hacían los seres humanos. Al hombre solo le quedaba una opción, vivir.
Muchos dedicaban su esfuerzo a adquirir droms para incorporarlos en trabajos, recibiendo a cambio un pago por los servicios realizados, incluso estas maquinas pasaban de padres a hijos, así que todo el mundo vivía gracias a los droms. Yo mismo nací con droms asignados, heredados. El ser humano se consumía lentamente, viviendo la vida al máximo, sin pensar en futuro ni pasado, sin ver más allá de sus ojos.
La única preocupación era vivir.
La tecnología era avanzada, sin duda alguna, pero en algunos sectores estaba algo mas retrasada. La gente que poseía grandes sumas de dinero, compraban nuevos cuerpos para continuar viviendo, cuerpos jóvenes, recreados a partir de su código genético. Replicas de si mismos para ser jóvenes una y otra vez, pero estos cuerpos muchas veces rechazaban el modulo de consciencia.
Cuando alguien deseaba recibir un cuerpo nuevo, descargaban su información en estos módulos, dotaban el nuevo cuerpo con una bahía de descarga para implantarles la conciencia del cliente.
El rechazo de las replicas era todo un problema, los científicos no sabían exactamente donde se encontraba el fallo, pero en el peor de los casos, muchos módulos de conciencia llegaron a perderse, y por así decirlo, matando al cliente.
El mercado negro se abrió paso para solucionar este problema.
Gente sin alma capturaba a otros, jóvenes y sanos, para vender sus cuerpos. Esto era totalmente ilegal, eran perseguidos por las autoridades y arrestados bajo pena de muerte.
Yo tuve una idea genial y malvada.
En las listas de ciudadanos que se encuentran en las sedes de cada planeta, existen informes de personas dadas por muertas sin haber encontrado sus cuerpos. Esto se debe a que muchas personas que viajan por las profundidades del espacio tienen la mala suerte de perderse a causa de fallos en el sistema de navegación. Buscar a estas personas es tarea difícil, por no mencionar la palabra imposible. Rastrear un planeta en busca de una nave estrellada es posible, por que puedes delimitar la zona, pero las naves perdidas en el espacio no se detienen, continuamente se ven afectadas por campos gravitatorios, colisiones de aerolitos y materia en general, fluctuaciones por los campos electromagnéticos que esconden su posición a los sensores sin contar la impulsión principal de la nave.
Yo me encargo de encontrarles.
Cree un patrón de búsqueda bastante efectivo, lo estudié durante dos años y calculé las probabilidades de éxito en ese tipo de misiones. Con una probabilidad de un doce por ciento, la idea es desesperanzadora, pero teniendo en cuenta que miles de naves se han perdido con el paso del tiempo, significa que en cada misión de búsqueda siempre encuentro una como mínimo.
Encontraba las naves, abordándolas, registrando al pasaje y cribándolo. Solo los mejores cuerpos eran rescatados, el resto se quedaba en la nave, criogenizado. Los cuerpos capturados eran desglosados, es decir, eliminada su consciencia y preparándoles una bahía para los nuevos huéspedes. Mataba sus almas para dar cobijo a otras.
Siempre pensé que no me importaría borrar sus vidas, su destino era morir en aquella soledad, en lo profundo del cosmos, no sufrían por que hacía siglos que habían sido criogenizados, todo en su cuerpo estaba detenido, así pues para ellos era como dormir y no despertar jamás. Total ¿Qué importaba si morían? Ya estaban muertos.
Desglosé más de doscientas personas, vendí sus cuerpos a ricos nauseabundos deseosos de pasiones y lujurias. Utilizarían aquella nueva vida para dar cobijo al vicio y la podredumbre de la raza humana, pero no importaba, no era mi problema.
No lo fue hasta que encontré a Shimalah.
La encontré en una nave minera perdida en el sector Fauster, a cincuenta años luz de la base más cercana, su destino también había sido morir allí, seguramente la estrella que ilumina el sistema solar mas próximo se hubiera tragado la nave tarde o temprano. Creo que apareció en mi vida para cambiarlo todo. Quizás ese era su destino, y el mío.
Su cuerpo ya estaba asignado cuando la llevaron a desglosar. Yo mismo presencié la operación que llevaron a cabo los droms. Sabía que solo era una imagen, un cuerpo precioso de mujer, joven y esbelto, pero sentía un deseo en mi interior, un deseo por conocerla. Quería saber quien era, su vida, su pasado, sus planes de futuro, todo.
Entonces construí el sistema Tempus.
Desde ese entonces, todas las conciencias desglosadas entraban en Tempus, donde vivían una vida plena organizada por un sistema informático que yo mismo gestionaba. Era una locura. Programar los sucesos en sus vidas era agotador, y cada vez había más registros dentro de Tempus.
Me había convertido en una especie de dios patético que miraba solamente por el bienestar de aquellos que yo mismo había profanado. Pero la paz llegaba a mi alma de aquella manera, pues les daba una nueva vida donde el dolor no existía. Todos encontraban el amor de sus vidas, todos eran felices y cuando el proceso de Tempus terminaba, yo apagaba sus almas como quien desconecta el sistema de iluminación de una estancia.
En Tempus el tiempo no existe, es relativo. La mayoría de los registros viven dos años o tres, pero en Tempus eso es toda una vida.
Shimalah continuó sus estudios, encontró a un joven que la amaba y se enamoró. Se casaron bajo la luz de las lunas de Salehark. Yo mismo construí la boda. Tuvo una hija preciosa que diseñé, dulce, respetuosa y digna de su madre. Shimalah murió en su lecho, programé a su marido para que no soltara su mano en ningún momento. Al verla morir en la ventana de la terminal, lloré.
Poco después, ingresé un registro nuevo, un tal Verson. Era un tipo curioso, desordenado, apasionado, en ocasiones extraño, otras en cambio, lógico. Pero sobretodo era humano, el tipo de personalidad ejemplar que hace característica nuestra especie.
Cierto día, aparecí ante Verson, una imagen virtual de mi mismo. Le expliqué todo. Al principio no era capaz de entenderlo, incluso llegó a odiarme. Era normal, yo había vendido su cuerpo, le había despojado de una vida normal.
Con el tiempo, llegamos a ser amigos. Yo le visitaba cada día, y lo llevaba al plano creativo de Tempus, donde se divertía creando sus propios mundos y juegos. Participaba con él en la mayoría de ellos.
Verson era feliz, y yo lo era junto a él. Fue entonces cuando decidí que Verson se encargara de Tempus totalmente. De eso hace ya veinte años.
-Entonces nos quedan diez registros…piensa que pronto llegaremos al próximo objetivo. – le dije, esperando un calculo por su parte.
-Si, no te preocupes, llegaremos en unos tres meses. Supongo que habré terminado tres registros mas, quedarán siete. ¿Cuántos desgloses tienes pendientes esta vez?
Hablar con Verson de desgloses siempre me resultaba embarazoso.
-En esta ocasión serán dos. Si todo va bien, serán los dos últimos.
Verson se reía sentado en su butacón frente al fuego que crepitaba, las cabezas disecadas a modo de trofeos daban al gran salón un aire lúgubre y atemorizante.
-Eso dijiste la última vez.
-Esto, Verson… se que soy pesado, pero lamento mucho que estés ahí.
Verson guardó silencio durante un breve instante.
-Anthony, hace veinte años que me pides perdón cada noche, y yo te digo esto siempre. Hiciste tu trabajo, me encontraste, podrías haberme borrado pero no lo hiciste, me protegiste en Tempus, y yo te estoy agradecido. Soy una entidad simplemente, pero soy feliz, a fin de cuentas, es lo que realmente importa.
-Lo se, lo se, pero no puedo evitarlo, y tampoco puedo guardarme el regalo que tengo para ti. – esperaba que aquello le alegrase, pero su expresión era de duda.
-¿Un regalo?
-Si, es un regalo que no puedes negarte a aceptar. Lo he pensado mucho y creo que es lo mejor que puedo hacer por ti. Muchas veces te he ofrecido un cuerpo para que tu conciencia lo ocupase pero no has querido, siempre has dicho que si no era el tuyo propio te sería imposible quitarle a alguien el suyo.
-Así es.- su respuesta sonó tajante.
-Bien, pues he adquirido ese drom administrativo para ti.
Su vista se perdió durante un rato, mirando al fuego sin observarlo, incluso siendo una imagen virtual era incapaz de esconder sus sentimientos.
-¿A que te refieres exactamente?
-Me refiero a que podrás ocupar el drom, tiene capacidad de carga para consciencia y conexión directa con la terminal, así que podrás estar tanto en el plano virtual como en el real a tu gusto.
Al principio pensé que la idea no iba a gustarle demasiado, pero su reacción al final fue positiva.
-Suena…estupendo. – Dijo sonriendo – Así podré trabajar en Tempus y sentir el mundo real otra vez. Lo añoro bastante.
-Lo se, Verson. Pero eso se acabó, de ahora en adelante, podrás estar en ambos lugares cuando te plazca. He ordenado a los droms que instalen sensores receptivos para que puedas acceder a la terminal en cualquier punto de la nave.
Había visto muchas veces a Verson sonreír e incluso llorar. Ambas imágenes se juntaron aquella vez. Estaba realmente contento.
El drom administrativo era una unidad magnifica. Utilizaba presión neumática en tejido gomoso simulando musculatura para moverse, tenia sensores de localización por calor y sistema sonar incluido, para posibles operaciones de rescate, además de un sin fin de utilidades para conectarse a cualquier aparato que existiera a lo largo y ancho del universo. Su precio había sido muy elevado, era el drom más caro del mercado, con excepción de los droms militares que triplicaban la suma. Verson quedó impresionado con la unidad.
Cuando su consciencia fue transferida, los ojos del drom se activaron, una pequeña luz azul iluminaba el interior de estos, a juego con el resto del blindaje superficial de plasticex. Vi como aquellos ojos miraban hacia todas las direcciones posibles, guardando silencio. Examinaba sus manos y sus nuevos músculos hidráulicos, moviendo los dedos lentamente.
Se puso en pie. Al bajarse de la camilla donde lo había llevado hasta la sala de la terminal, el sonido del metal retumbó por todas partes. Caminó lentamente hacia mí. Al principio tuve algo de miedo, el aspecto nuevo de Verson era impactante.
Alargó una mano hacia mí.
-Siempre quise estrecharte la mano, Anthony. – dijo Verson con aquella voz metálica procedente de los altavoces internos.
El apretón fue doloroso. Verson pudo verlo en mi rostro.
-Perdóname. – Dijo – Aun no controlo la presión de las manos. Espero no ir destrozando el equipo de la nave…
-No te preocupes. – Dije sonriéndole – me imaginaba que el apretón sería fuerte. Ven conmigo, daremos un paseo para que pruebes las funciones básicas de movimiento.
Caminábamos por uno de los corredores principales. Era curioso ver aquel enorme aparato andar como si fuera un ser humano, pues la mayoría de droms no tienen esa morfología, sino más bien parecen cilindros flotantes llenos de utensilios. El drom administrativo era lo más parecido a una persona, exceptuando su rostro.
Verson insistió en vestirse como una persona normal, y utilizó algunas prendas mías que le estaban realmente apretadas. No tardo mucho en descubrir que las juntas pellizcaban el tejido y acababan rompiéndolo.
-Verson, no vas desnudo. Piensa que el plasticex es como un traje.
-Cierto, pero tengo la sensación de no llevar nada encima. El sistema de tacto es realmente bueno, creo que es incluso mejor que el de cualquier ser humano. Siento hasta el aire de tus pulmones cuando me hablas.
-Vaya, es increíble.
Los siguientes días transcurrieron rápidamente mientras Verson entrenaba sus funciones. En el proceso destrozo varios objetos, pero no podía reprochárselo, llevaba años sin agarrar algo sólido y real, debía ser realmente difícil para el hacerlo utilizando aquellas nuevas manos.
Una de aquellas noches tuve un sueño terrible. Soñé que Verson entraba en mi habitáculo, yo estaba tumbado en mi cama cuando vi la puerta abrirse. Caminaba pesadamente hacia mí, con las manos extendidas. Le preguntaba que hacía pero solo se limitaba a acercarse más y más hasta que sus manos cayeron sobre mí, agarrándome el cuello y apretando fuertemente. Me asfixiaba, me asfixiaba tanto que de golpe me desperté empapado de sudor, con la sensación en el cuello aun presente. Al día siguiente, vi a Verson llevar a cabo tareas de reparación de sistemas, y le evité por completo. Tenía cierto miedo en el cuerpo, y tarde varios días en volver a recuperar la confianza.
Verson jamás me haría algo así. Quizás era merecedor de que me estrangulase y que acabara con mi vida sin piedad alguna igual que yo hice con el al desglosarlo, pero estaba seguro de que Verson era mi amigo.
La nave que encontramos había sido saqueada por completo. Los cuerpos criogenizados ya no estaban allí, así que sería necesario comenzar otra búsqueda aprovechando que estábamos en aquel sector, pero era un buen momento para terminar con todo aquello.
Verson estaba sentado junto a mí en la sala de control de la nave.
-Activa el modulo en operación de retorno. En cuanto vuelva, nos vamos de aquí.
-Si, comandante. – dijo Verson
-Calcula el rumbo a la estación Derelicth.
Verson me miró repentinamente.
-Pero Anthony…si ponemos rumbo a Derelicth abandonaremos este sector en breve. ¿Qué pasa con la demanda de cuerpos?
-Que se jodan, Verson, si son viejos y están a punto de morir, que lo hagan de una vez. Se acabo esto de joder las vidas ajenas, no me queda mas espacio en las tripas para guardar remordimientos. Vámonos de una vez.
-No te entiendo, Anthony. ¿Todo este viaje para volvernos sin nada? – Verson estaba totalmente sorprendido.
-No, amigo mío, vine solo hasta aquí pero vuelvo con un compañero.
El rostro del drom era inexpresivo, pero sabía que esa clase de comentarios emocionaban a Verson. Sin duda lo estaba, pero no podía expresarlo de ningún modo. Realmente las palabras sobraban entre nosotros.
Dedicamos el viaje de vuelta a disfrutar de nuestro tiempo. Verson actualizó las unidades drom y ahora rendían mucho mejor, lo que nos dejaba prácticamente los días enteros para pasarlos juntos.
Jugábamos a sus juegos como antes lo habíamos hecho y me sentí realmente bien teniendo un compañero real. Verson había sido un gran amigo dentro de la terminal, pero a mi lado lo era mucho más.
La estación Derelicth era muy acogedora. La última vez que había estado había sido atacada por un grupo mercenario seguramente pagado por la competencia y su estado era precario. Ahora, grandes edificios se extendían sobre la plataforma que constituía la gran cúpula central. Miles de naves entraban y salían diariamente de allí, incluso un gran flota patrullaba los alrededores para proteger la base. Era un sitio seguro e ideal, así que le pedí a Verson si podíamos quedarnos allí durante un tiempo.
Nunca pensé que viviría allí el resto de mi vida. No puedo quejarme, tuve tanto como desee siempre, el dinero no se agotaba gracias a los droms, así que pude dedicarme a vivir como la mayoría hacia.
Una noche encontré a Shimalah en el centro de la cúpula, en una sala de fiestas. Era bellísima, pero sabía que quien había en su interior no era la misma persona. Cuando conocí al portador de aquel cuerpo, quede entusiasmado. Era una persona amable y generosa, nada tenia que ver con mi concepto sobre el uso de los cuerpos. Siempre había pensado que aquella joven acabaría siendo el cascaron de alguna vieja viciosa sin escrúpulos. Que equivocado estaba.
Lo estuve siempre, y en todo.
El tiempo ha pasado, no me ha perdonado, tampoco lo merezco pero no pienso utilizar aquello que me hizo sufrir tanto en mi vida. Moriré de viejo, pronto, y no ocuparé otro cuerpo para alargar esta vida. La mía ha sido una vida bella y placentera, y todo se lo debo a Verson.
Verson ahora cuida de mí, en mi vejez, se encarga de que nada me falte. Se que para él no es algo difícil, ha practicado mucho durante todos aquellos años.
Soy un registro de Tempus. Verson acabó con mi vida real asfixiándome con sus manos, nunca fue un sueño. Yo antes le robé su cuerpo, no puedo culparle.
Simplemente le estoy agradecido.
Se que ha tratado de enmascarar el hecho, pero es evidente. Es curioso que estudiase los antiguos registros y llegase a saber quien fue Shimalah. Ha calculado todo al mínimo detalle menos una sola cosa. Yo fui quien creó Tempus. Se como funciona y se que estoy dentro.
Puedo notarlo.
En mi lecho de muerte, Verson me agarra la mano. Es una imagen de Verson que él ha programado para que no suelte mi mano hasta el final.
-Verson…quiero que sepas…
-Descansa Anthony, no hagas esfuerzos.
-Quiero que sepas que siempre serás mi amigo. Te quiero Verson.
-Yo también, Anthony…yo también te quiero. – su voz ya no suena metálica, sino calida y muy humana.
Solo queda descansar para siempre...
//Fin del registro//

lunes, 27 de agosto de 2007

Serpentis

Hank estaba feliz, sonreía, de vez en cuando hasta tarareaba alguna vieja canción. En algunos momentos del viaje, incluso se le podía ver bailar por los pasillos de su nave de transporte. Poco le importaba ya el destino que habian sufrido sus compañeros en Serpentis.
Él, como el resto de los tripulantes de la Crusader, había sido contratado para una misión de extracción de mineral en el planeta mas alejado del sistema solar Odolek. Hank había trabajado en muchas minas, había perforado incluso meteoritos a la deriva ricos en metales preciosos. Era todo un experto, él lo sabía, pero le fastidiaba que su trabajo no fuera recompensado económicamente bien. Había decidido no picar mas, su ultimo trabajo en la luna de Tranis le había dado muchos quebraderos de cabeza y los recursos obtenidos apenas llenarían su enorme panza mas de dos meses solares. Una desgracia.
Cuando el holograma de la oficina central de empleos parpadeo ante su rostro anunciando el trabajo de minería en Serpentis, su codicia hizo el resto. Pagaban mucho más que las otras ofertas, un gran plus de peligrosidad. Él sabia de sobras que Serpentis era un planeta prohibido, peligroso, muchos de los que iban no regresaban jamás, pero si todo iba bien, cobraría tantos créditos que le permitirían no trabajar durante más de dos años.
Hank nunca fue un tipo estúpido, los contratos de las corporaciones siempre llevan anotadas unas letras pequeñas que había que leer antes de firmar, así que quiso verlo personalmente, presentándose en la oficina central de empleos de Dirulia, donde residía. Una chica joven y atractiva le enseñó los pormenores del trabajo. “Buena táctica, ponen a una chica impresionante y los memos firman sin leer el contrato…” pensó. Él era más listo que eso, así que agarró el contrato y estuvo casi dos horas para leerlo completamente. Había algunas cláusulas un tanto extrañas, pero a la vez tentadoras.
Una de ellas era que el presupuesto inicial para la misión de extracción tenia un precio fijo, a dividir por los diez miembros de la tripulación. El capitán de la nave enviada cobraba el viaje aparte mas el plus de peligrosidad, pero el resto debían dividirse el dinero en partes iguales. Si algun miembro del equipo resultaba muerto o desaparecido… su parte iba a parar a los bolsillos del resto.
Si Serpentis sin duda era peligroso, iría bien que alguno de los otros mineros muriesen, aumentando así la suma de créditos a repartir, pero debía irse con ojo, muchos de los mineros eran gente sin alma, desesperados, que se lanzaban a la oscuridad del universo en busca de una vida mejor. A muchos no le importaría eliminar a alguien con tal de llevarse el premio, Hank no era mucho mejor, quizás matarlos a todos seria algo difícil, alguno caería en modo “accidental” pero debía de tener cuidado para que los demás jamás pudieran saberlo y sobretodo, no morir a manos de nadie. A los muertos no se les daban recompensas.
Firmó con seguridad e incluso trató de ligar con la joven de la oficina quien le expulsó de mala gana, y es que realmente Hank era un tipo desagradable.
Siete días después, embarcó en la Crusader para iniciar el viaje que le llevaría hasta Serpentis. Lo primero que hizo antes de comenzar, fue asegurar su cabina de hibernación. Un fallo en el tubo de refrigerado podría convertirle en una momia seca cuando llegaran al borde del sistema. Una muerte horrible sin duda, eso pensó, aunque no fue consecuente con la cabina que se encontraba a su derecha, la cual saboteó.
Al llegar a Serpentis, dos de los miembros ya habian muerto, en una de las cabinas, el interior estaba totalmente negro, al parecer, el tubo refrigerante no era lo único que había fallado, sino el sistema de compresión, dándole acceso al vacío y reventando a aquel pobre infeliz. Al fallar el tubo de refrigeración, todo el interior había sufrido el paso del tiempo y se había podrido. En la otra cabina, el ocupante había reventado simplemente. Hank adivinó que había otro saboteador a bordo, alguien quería llevarse el premio gordo. Alguien había saboteado dos de las cabinas, así que Hank dedujo que el culpable sin duda quería eliminarlos a todos.
Serpentis era un planeta terriblemente frio. Era llamado así por la forma de uno de sus continentes, parecía una enorme boca de serpiente con dientes afilados saltando sobre su presa. Hank vio las imágenes en la mampara que daba al exterior desde la sala de control de la Crusader, y sintió escalofríos. Nada ni nadie podía vivir allí abajo.
Casi un mes había pasado desde su llegada, cada día mantenían un ritmo de trabajo constante para llegar a las cotas de mineral estipulado por el contrato, estaban cerca, quizás un par de días más, el trabajo era duro pues contaban con dos miembros menos en la labores de minería.
Una de aquellas noches, una detonación no controlada acabó con tres miembros de la tripulación. Encontraron sus restos esparcidos por las paredes de la mina, junto a fragmentos aprovechables de mineral. Ni siquiera se molestaron en limpiarlos, los cargaron junto con el resto y continuaron el trabajo. Solo quedaban cinco, y Hank era uno de ellos. Estaba asustado, faltó poco para que la explosión le alcanzara a él, uno de aquellos cuatro hombres era el saboteador.
El ultimo día, Hank cargaba uno de los carros dentro de la bahía de la Crusader cuando otra detonación tuvo lugar, pero esta vez sepultó la mina por completo. Se había quedado solo con el capitán de la nave. Nada tenia sentido, ¿realmente habian sido sabotajes o eran accidentes? ¿Tanta suerte tenia Hank? Evidentemente no.
Al cargar el carro, se acercó a la mina y vio al capitán cerca de ella con su traje espacial. En todo el transcurso de la misión jamás lo había visto fuera de la Crusader.
-¡Capitán, ha habido otra detonación! – dijo Hank tratando de ocultar su felicidad ante tal hecho.
-Lo se, yo mismo puse las cargas.-
Hank se quedo congelado, y no precisamente por el frio que hacia en Serpentis.
-¿Los ha matado usted? ¿Por qué?- preguntó Hank asombrado.
-Veras amigo, vosotros teníais vuestro contrato, pero en el mío decía claramente que si volvía sin vosotros, me llevaría la mitad del precio del mineral, y como comprenderás… son muchos créditos.-
Vio que el capitán extraía un arma láser de su traje.
-No me lo tengas en cuenta, hijo, son cosas del negocio, ya sabes… porcentajes por aquí, accidentes por allá, no es nada personal.- dijo el capitán.
Hank imaginaba lo que venia a continuación, el impacto láser le mataría y en el peor de los casos, simplemente perforaría su traje, dejando entrar la simpática atmósfera de Serpentis que lo envenenaría hasta los ojos por no mencionar la congelación en décimas de segundo. Pero algo hizo que se distrajera, incluso en una situación así.
Hank vio que algo salía de la mina, revoloteando, una especie de mariposa de gran tamaño que irradiaba luz propia. Pensó que el delirio se adueñaba de él. El capitán, viendo que miraba detrás de él, comenzó a reír.
-Hijo… ese es el truco mas viejo de este universo, quieres que mire hacia atrás como si algo viniera a matarme, para intentar arrebatarme el láser, pero soy perro viejo ¿sabes? No voy a picar.-
Tres mariposas surgieron de la grieta, todas revoloteaban aproximándose al capitán.
-Capitán, no es ningún truco, en este planeta hay… mariposas…- dijo Hank
-Si, claro que si hijo, esas son las que hay en el paraíso, donde vas a ir tú a parar, y ahora si eres tan amable, hazme el favor de morir de una jodida vez, tengo una nave que llevar de vuelta y una pasta que cobrar.
Las mariposas envolvieron al capitán. Volaban a su alrededor con esa alegre luz amarillenta. El capitán no daba crédito a lo que veía. Pronto su mirada de sorpresa se convirtió en una expresión de horror, cuando comprobó que las mariposas se adherían a su traje y comenzaban a perforarlo con un líquido corrosivo que salía de ellas.
Hank no perdió el tiempo. Comenzó a correr hacia la Crusader como si el mismo diablo le persiguiera. Dejó allí al capitán, luchando por quitarse aquellos bichos de encima. Escuchaba por el transmisor los gritos de este, gritos de desesperación. Luego la congelación hizo el resto.
Hank estaba llegando a la compuerta de entrada de la Crusader cuando vio que las mariposas volaban hacia él. La atmósfera era tan densa que era casi como andar bajo el agua y llegar hasta aquella compuerta fue para él toda una odisea, veía reflejada la luz que emitían los insectos en el casco de la nave, estaban muy cerca.
Entró en el compartimento y lo cerró. Uno de los insectos había entrado con él. Trató de aplastarlo, pero no había manera de cazarlo, era ágil batiendo sus alas en el exterior, dentro de la nave sin duda lo era mucho mas.
Comenzó a correr por el pasillo principal para encender los motores y salir de allí, pero aquel bicho le perseguía, era mas grande de lo que había pensado, a lo lejos era solo una mariposa de gran calibre, pero de cerca era bastante más grande. Llegó a la zona donde las cabinas de hibernación, estaban abiertas. Se quitó el casco y se giró para ver al animal acercarse, estaba casi sobre él. Lanzó el casco con fuerza e hizo blanco, la mariposa cayó en redondo dentro de una de las cabinas a causa del impacto. Hank saltó con un movimiento felino y pulsó el botón de cierre, bajando el cristal y atrapándola dentro del habitáculo.
Cayó al suelo exhausto, de bruces, respirando costosamente. Vio que el insecto revoloteaba otra vez dentro de la cabina, pero ahora no tenía escapatoria.
Llegó a la sala de control de la Crusader y activó el protocolo automático de salida del sistema. La nave hizo el resto. Los motores se encendieron, todo tembló. Lentamente, fue elevándose y el horizonte se hizo presente ante él. Estaba escapando de Serpentis.
Por fin, la nave llegó al exterior y trazó el viaje en el ordenador de abordo. Él no sabia pilotar, pero el sistema se encargaría de llevarle cerca de casa donde podría pedir auxilio a alguna nave de salvamento. Respiró con calma.
Hecho una cabezadita en el asiento del capitán, se quitó el traje y comenzó a pensar sobre lo ocurrido, llegando a la conclusión de que realmente tenia mucha suerte. Único superviviente, ahora toda la mercancía era suya, por lo tanto la recompensa también. Además, la Crusader no tenia dueño, y las leyes del espacio dictan que nave sin dueño encontrada, pertenece al que la encuentra. Mejor no podía ser.
Pensó en vender la nave también, eso mas el precio de la misión le permitían una vida sin volver a trabajar. Fue entonces cuando se dio cuenta de algo más. Había capturado a un ser vivo de otro planeta, era la primera vez que el ser humano había encontrado algo con vida fuera de su sistema de origen, la Tierra. Tal hazaña era mucho más importante que todo lo que había conseguido, aquello le proporcionaría tal suma de créditos que su turbia mente no alcanzaba a calcular. Y fue feliz, y cantó, y bailó por los pasillos mientras se dirigía a la zona de hibernación.
La mariposa continuaba dentro de la cabina, atrapada. Había varias manchas en el cristal, seguramente el insecto había tratado de perforar la cabina para salir pero le resultó imposible. Era toda una suerte.
Hank se acercó y la miró detenidamente cuando esta se detuvo en el cristal, tratando de abalanzarse sobre él. Era un bicho terriblemente feo, difícil de describir.
“Menudo ejemplar he capturado, cuando lo lleve a la base me pagaran tantos créditos como les pida…” pensó Hank.
El insecto ahora era borroso, Hank se esforzó para verlo con precisión y se dio cuenta de que no era horrible, no lo había visto bien, realmente era un ser bello. Parecía una pequeña mujer, más bien no lo parecía, sino que lo era. Era una mujer con alas de mariposa, una mujer preciosa, de belleza indescriptible. Hank se quedó atónito ante tal imagen, no conseguía apartar la vista de aquel ser tan perfecto.
“Déjame volar libre, no te haré daño” sintió Hank en su mente. El insecto era inteligente, le había hablado usando su pensamiento, era algo mágico. Tal belleza y nobleza en algo tan maravilloso no debía recompensarse con la clausura en el frio cristal de la cabina de hibernación, debía dejarla libre, tenia que dejarla volar.
Hank pulsó el botón de apertura, después de eso salió del trance. Demasiado tarde para arrepentirse.
El insecto se le lanzó a la cara, se pegó a su rostro. Hank notaba que algo le ardía en los labios y que la bella mujer que había visto no había sido más que una ilusión. Lentamente, y sin que Hank pudiera evitarlo, la mariposa le entró por la boca. Luchó con todas sus fuerzas pero fueron en balde.
Cayó al suelo y se retorció de dolor, trató de gritar pero su voz moría en un sordo gorgoteo. Finalmente, se quedo quieto, y cuando abrió los ojos, ya no era Hank.
Se puso en pie, fue a la sala de control y trazó rumbo de regreso a Serpentis. Se sentó en el asiento del capitán.
Dentro de la mente de Hank, otra conciencia resonaba en su interior como el eco. Hank ya había muerto, ahora otro ser ocupaba su puesto. Y este ser, como cualquier ser inteligente, pensaba.
Y pensó.
“Menudo ejemplar he capturado, cuando llegue al nido me dejaran poner en él tantos huevos como quiera…”
Y es que realmente, todo ser pensante, se mueve y actúa por diversos motivos, algunas veces egoístas.

miércoles, 22 de agosto de 2007

La Semilla

-¿En que piensas?- dijo mientras me observaba, mirando al horizonte. Mantenía sus rodillas abrazadas y jugueteaba con la hierba apartándola con los pies desnudos. Su pregunta me produjo una leve sonrisa, y la acompañe en su contemplación de los lejanos montes que recortaban el cielo en su atardecer.

-Eso podrías decírmelo tú perfectamente, ya lo sabes.

Giró su rostro para mirarme fijamente con aquellos grandes ojos verdes mientras apoyaba el mentón sobre su brazo y ladeaba ligeramente la cabeza hacia atrás. No pienso hurgar en tus pensamientos, Zak, dijo ella devolviéndome la sonrisa. Luego volvió la vista hacia el valle que se extendía bajo la colina donde descansábamos sentados.

Habían pasado ya tres meses de mi llegada, tres meses solo en su compañía. Nuestro encuentro había sido algo complicado, pero ahora su presencia me era tan necesaria como el mismo aire que respiraba.

-Estoy pensando que pronto tendré que marcharme, Salah. Tendré que volver con los míos y explicarles lo que he encontrado aquí.

Salah respiraba profundamente mientras entrecerraba los ojos. La suave brisa de la tarde acariciaba la colina y batía con suavidad la larga túnica que ella utilizaba como vestimenta.

-Yo no quiero que te vayas, Zak. Podría preguntarles a los ancianos si puedes quedarte. Lo hice una vez pero no confiaban en ti. Creo que ahora podría ser distinto.

Soltó sus rodillas y se dejo caer lentamente sobre la hierba, estirando sus brazos en cruz. El viento apartaba ahora su vestimenta por completo. Siempre iba totalmente desnuda bajo la túnica.

Cuando la nave de transporte se aproximó, recuerdo que sentí muchísimo miedo, mas aun cuando una especie de rayo tractor arrastró el pequeño carguero hasta el interior y la oscuridad lo cubrió todo. Al pisar el suelo firme, descubrí que estaba en un enorme valle, ¡un valle dentro de una nave desconocida e inmensa! Físicamente era posible, pero carecía de lógica alguna. Ahora tiene mas sentido.

-¿Tienes que marcharte ya?- le pregunté.

-Esta noche no, me quedaré a pasarla junto a ti.- dijo, mientras volvía a sonreír con sus ojos cerrados. El último resplandor del sol que moría entre las montañas, alcanzaba su rostro, sus contornos eran suaves, fruto de una piel lisa como mármol pulido.

La primera vez que la vi acercarse, caminando lentamente por el valle, pensé que era algún tipo de sueño inducido por aquella cultura desconocida. Si su tecnología les permitía crear aquel tipo de nave gigantesca y de arrastrar otras con tan solo una proyección de luz, hacerme ver lo que no era real era seguramente sencillo para ellos. Pero Salah era real, quizás lo más real que había encontrado en toda mi vida.

-¿Sabes que puedo ver lo que estas pensando?- dije entre carcajadas. Ella también reía.

-¿Sabes que he dejado que vieras lo que pensaba?- dijo ella, lo que me hizo reír aun con mas ganas.

Cuando había comprobado que la atmósfera del interior de la nave era apta para mi consumo, me quite el casco y desconecte la función de oxigenado. Salah ya estaba cerca cuando termine de desactivar el sistema. Jamás hubiera pensado que encontrar otra raza diferente a la nuestra fuera tan sorprendente, el principal motivo era por que Salah en si era exactamente una mujer terrestre, a diferencia de su ligero color de piel verde oliva y la ausencia total de cabello en su cuerpo, el otro motivo es que iba vestida solo con su túnica translucida. Cuando estuvo mas cerca vi otra notable diferencia, una gema azul en forma de lágrima incrustada en su frente.

Extendió su mano y me ofreció una gema similar, pero más diminuta. Al cogerla, se descompuso en moléculas y atravesó mi traje espacial, penetrando a través de mis poros y filtrándose en mi sistema sanguíneo. Sentí un frío aterrador y pensé que me había envenenado, pero, ¿Qué sentido tendría? Hubiera sido mucha más sencillo disparar a mi nave de transporte y eliminarme en el exterior que no allí dentro. Segundos después descubrí que era el Khilah.

Una sustancia que abunda en su mundo natal, una sustancia que se encuentra prácticamente por todo el planeta, y por supuesto, dentro de ellos. Sus cualidades extrasensoriales permiten la comunicación sin necesidad de hablar, solo pensamientos que cruzan las mentes de unos y otros, cien veces mas rápido que las palabras, y mucho mas expresivos, pues los sentimientos también pueden transferirse de ese mismo modo. Al introducirme el Khilah en el cuerpo, Salah pudo explicarme todo esto en décimas de segundo. También dejó claras sus intenciones pacíficas.

-¿Es eso lo que te apetece?- le pregunté deseando una afirmación.

- << si >> sentí su voz en mi mente. Entonces la besé y ella me abrazó.

Las primeras conversaciones entre Salah y yo fueron complicadas, ella utilizaba pensamientos para expresarse, yo en cambio le hablaba y pensé que me entendía, pero realmente Salah reconocía en mi mente la construcción de ideas antes de pronunciarla verbalmente. Con el tiempo aprendí a utilizar los pensamientos para comunicarme con ella, y ella se empeñó en aprender el dialecto verbal. Y lo hizo con sorprendente celeridad, en solo un par de días hablaba incluso mejor que muchos eruditos de mi propio mundo.

Otro pensamiento cruzó su mente mientras nos besábamos, era una imagen confusa, donde ambos nos abrazábamos desnudos mientras un falso cielo lleno de estrellas parpadeaba y su luz describía trazos blancos sobre nuestros cuerpos.

-¿Quieres que probemos…de hacer…?- dije, mientras ella acallaba mis palabras depositando suavemente un dedo sobre mis labios, contemplándome fijamente en aquellos ojos tan verdes como el mismo prado, donde la razón y la cordura se disipaban a medida que mas los observaba, como cayendo en un pozo sin fondo.

Era posible, era físicamente igual que cualquier mujer terrestre. Fue una de las primeras preguntas que le hice nada mas aprender a manejar los pensamientos para poder expresarme. Ella me explicó que millones de años atrás en el tiempo, su raza depositó la vida en varios mundos y que de todos ellos, solo la Tierra había sido del todo apta. El código genético oculto, en un escalafón de sucesos, que nos llevaría a una evolución similar a la suya, con diferentes matices fruto de la adaptación a otro mundo. ¿Cómo si no se explicaba el milagro de la vida en nuestro planeta? Ahora tenía todo mucho mas sentido. Durante siglos, los científicos habían teorizado ese milagro, otros en cambio, lo otorgaban a la divinidad. Siempre había existido la idea de que otra raza nos hubiera puesto allí, y en realidad era cierto.

¿Para que crear vida en otros mundos? Le pregunte una vez había terminado su explicación. Salah me contó que los antiguos, aquellos que los gobernaban, decidieron que el milagro de la vida no debía ser un don privilegiado de su propio mundo. Ni siquiera ella pudo contestarme como la vida había tenido lugar en su planeta, quizás otra raza los hubiera puesto allí a la vez y ambos proveníamos de una especie mucho mas antigua.

Aquella noche fue demasiado breve, en aquel momento hubiera dado lo que fuera por que jamás terminase. Al final, exhaustos, yacimos sobre el valle y nos quedamos dormidos contemplando las estrellas.

Al día siguiente, mi destino dio un giro inesperado.

Sentía un tremendo dolor en mi interior, un dolor punzante en la boca del estomago, tan fuerte era que no podía moverme, ni tan solo ponerme en pie. Mire a los lados sin poder girar el cuello, y Salah no estaba, tardó varias horas en volver. Cuando lo hizo, no vino sola.

Venia acompañada de tres seres de su misma especie, varones, uno de ellos aparentaba ser más adulto que los otros dos.

<< mucho Mucho has tardado, Salah, hemos detectado otra nave cerca de nuestro curso y vamos de camino para interceptarla. Si llegas a tardar mas hubiéramos tenido que crear un segundo ecosistema >> Sentí los pensamientos en mi cabeza como si hablaran cerca de mi oído. El que se comunicaba era claramente el más adulto.

<< Lo lamento >> se disculpo Salah.

<< Llevadlo a la octava región y dejadlo allí, pronto tendremos otra semilla que engendrar >>

Me transportaron en una pequeña nave, pude verla cuando me introducían como si fuera una carga más en la parte trasera. En una pequeña exclusa vi el exterior durante mi viaje, como la nave atravesaba una atmósfera y como aterrizaba. Me extrajeron y me depositaron en el suelo firme. Arena, arena por todas partes. La nave partió y se perdió en el cielo azul.

Aquí estoy aun.

Han pasado tres días desde que se marcharon. En esta soledad he podido recapacitar todos los sucesos que me habían ocurrido hasta ahora y empiezo a comprender que hago aquí.
Cuando miro mi abdomen y veo varios brotes de algún vegetal abrirse paso entre mi carne, utilizando mis entrañas para alimentarse y crecer, cuando miro mis manos y veo que varias raíces surgen de mis uñas partidas en busca de la tierra, clavándose profundamente, comprendo mi destino. Salah me utilizó como anfitrión. En algún momento de su evolución se separaron del mundo animal, adaptándose como vegetales, o quizás siempre lo fueron. Pero simplemente son eso, son plantas, y las plantas necesitan su propio ecosistema para crecer.

Esperando mi muerte comprendo todo, soy una semilla, la vida brotará a través de mí en este nuevo mundo usando mi cuerpo como inicio mientras se pudra lentamente, usando su genética a través de la mía para crear la vida de los suyos.

Aun así, aunque mi vida se marchite en ello, la amaré para siempre.

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