martes, 27 de abril de 2010

La Flor del Olvido

LA FLOR DEL OLVIDO

por Sergio Pérez Muñoz, relato ganador del primer premio Fan Tas Tik 2010

Despertar. Abrir los ojos lentamente para adaptar la vista al entorno y su respectiva iluminación.

Respirar profundamente el nuevo aire que entra en el cuerpo embadurnado de consciencia, dejando a un lado los automatismos corporales y el trance del sueño. Un pequeño paréntesis en el tiempo para recobrar la memoria de lo último percibido visualmente, ubicarse en la realidad y volver a ser

funcional.

Nada de esto ocurre como debería ser. Algo marcha mal.

Luces cegadoras se encienden sobre mí. Un zumbido incesante da constancia de la electricidad que cruza los cebadores rudimentarios de un fluorescente, el parpadeo previo es inconfundible. Aún con los ojos cerrados, su luz se filtra entre mis parpados arrojando un universo de intensidad rojiza, que daña mis sentidos, pero que sin duda logra su objetivo.

Despertarme.

No hay recuerdos de lo último vivido. Es todo incierto, confuso, solo el frío contacto en mi espalda, que descansa sobre una superficie demasiado dura como para incitarme a volver a conciliar el sueño. Mis manos están atadas a ambos lados de mi cuerpo, igual que mis piernas a la altura de los tobillos. Incluso hay una correa que me aferra el abdomen y la cabeza impidiéndome comprobar que me tiene retenido allí.

Ni siquiera la primera bocanada de aire me ayuda demasiado. Va cargada de olores químicos que poco reconfortan, olores a desinfectante, olor a esterilidad. Debo estar en un hospital.

Al principio, la luz blanca que ilumina la estancia me produce una temporal acromatopsia que lentamente comienza a menguar. Entrecerrando los ojos y haciendo un gran esfuerzo, puedo ver lo que me rodea sin pararme demasiado en los detalles. Sombras salpicadas de luces intermitentes como luciérnagas que parpadean en diferentes colores, números digitales que cuentan procesos ininteligibles, escalas que se dibujan una y otra vez en pantallas de verdoso resplandor, tubos de ensayo, probetas, cables que caen en cascada de extraños aparatos perfilados por la luz mortecina que llega hasta ellos.

Todos tienen una característica en común, y es que ninguno de ellos hace el más mínimo ruido. Están situados fuera de una mampara de cristal en la que estoy contenido, reduciendo el espacio en unos escasos ocho metros cuadrados. Es un cuarto de vacío, un lugar donde ni siquiera el aire escapa.

Entrecerrando los ojos y apartando la vista de la luz, veo los vértices del cristal que se fusionan formando un cubo sin salidas, pared y techo uniéndose en una junta de metal oscuro y sellado, hermético, seguro y aislado.

Debo tener alguna enfermedad altamente contagiosa, y deben de estar estudiándome como a una rata de laboratorio.

Me extraña que la sola idea de estar aquí atrapado no sea un tema a reflexionar, como si mi mente bloqueara pensamientos referentes a que podría estar en peligro de muerte. No hay temor en mi, ni deseos de escapar o de sanar. Simplemente siento que “estoy” sin mas.

No se cuanto tiempo ha pasado cuando llegan varias personas, que se sitúan en el perímetro de la mampara. La luz solo llega hasta sus pies, y sus siluetas me parecen frías e inhumanas. Me observan en un silencio extremo, pero quizá estén hablando entre ellos fuera de estas paredes transparentes. Se mueven lentamente, cambian de posición y continúan observándome. Noto como sus miradas escondidas en la penumbra se inyectan en mis ojos.

Un carraspeo se sobrepone al sonido de los fluorescentes, desde algún rincón del cubo, resonando en todas su paredes.

-¿Le molesta la luz, señor Matthew? - dice una voz. Proviene de algún altavoz detrás de mí que no alcanzo a ver. El tono es calmado, neutro y vacío. Acostumbrado quizá a pronunciar esas mismas palabras más de una vez.

-Es demasiado fuerte para abrir los ojos.

-Ahora mismo le bajaremos intensidad. ¿Desea algo más?

-Me gustaría saber porque estoy aquí atado y aislado.- Mis palabras me sorprenden, no hay ni un ápice de rencor, ni angustia, nada. Suenan así porque en mi mismo no existen tales emociones, lo cual considero extraño. Quizá me hayan drogado tanto que apenas puedo expresar ni pensar lo que desearía en una situación como esta.

La intensidad de las luces se reduce mientras el doctor, por llamarle de algún modo, sigue hablando.

-Esta enfermo, tratamos de ayudarle. Todo lo que hacemos es por su propia seguridad.- Aquella frase sonaba como si la hubiera estudiado, memorizado, y ahora simplemente la vomitase. Formaba parte de su rutina. ¿Cuantas personas como yo debían de estar ingresadas en ese centro, en las mismas condiciones? Quizá cientos de ellas. Quizá solo yo.

-¿Que es lo que tengo?

-Estamos realizando algunas pruebas para determinar lo que padece, pronto le informaremos, ahora relájese y descanse.

No puedo estar más relajado.

Bloque residencial cuatrocientos treinta y siete, elevador tres, planta treinta y cinco, habitáculo setenta y ocho, tercer pasillo a la derecha después del corredor central.

Fragmentos de mi memoria que aparecen de la nada, sin un foco que les haga emanar del subconsciente. Destellos repentinos de un pasado no demasiado lejano.

Juliette.

Regeneración atmosférica y filtrado de agentes contaminantes: monóxido de carbono, dióxido de azufre, metano, dióxido de carbono, dióxido de nitrógeno...

Su cabello era rojo como el fuego, ligeramente rizado.

Planta de procesamiento medioambiental A-214. Planta menos siete.

Su piel era blanca como la nieve de las montañas, sus ojos eran azules como si hubiera capturado con la mirada un fragmento del cielo.

Juliette, ese era su nombre. Hacía cinco meses que había sido trasladada, ocupaba el habitáculo ochenta y tres. A veces la veía pasar desde la puerta de su residencia hasta el elevador. Caminaba como si el aire no se dignase a tocarla. A veces la veía... dulce ironía, cada día desde que llegó.

En algunas ocasiones habíamos coincidido por los pasillos y no me atrevía ni a mirarla. Otros hombres le dirigían la palabra y yo moría de celos. Deseaba ese valor básico que me permitiese mirarla a los ojos y mantener mí vista en ella sin desear huir aterrorizado al encontrar sus ojos posados en mí. Ese valor que otros derrochaban sin éxito aparente.

El sistema de cámara de mi puerta se activaba de un modo furtivo cada día a las seis y veinte de la mañana, para verla pasar camino de su trabajo. Su figura entraba en el plano apenas un segundo, pero merecía la pena esperar.

Necesitaba reunir el valor suficiente para provocar un encuentro casual, caminar junto a ella, saludarla, entablar una conversación. Hacerla saber de mi existencia.

Tan cerca y a la vez, tan lejos.

Desde el acta doscientos cuarenta y seis, todos los trabajadores de la corporación tenían derecho a saber algunos datos sobre los demás. Así pues, accedí a su ficha a través de la red interna. Pude saber que trabajaba en la misma planta de procesamiento medioambiental, grupo de Ingeniería. Para mi representaba una señal, no me gusta llamarlo coincidencia, mas bien son destinos trazados que convergen por un bien mayor. Que estúpido soy, que patético.

Regresando a casa, el monorraíl tuvo un fallo en el sistema de engranajes. Hubo un retraso de veintitrés minutos. Cuando llegue al bloque, ella esperaba junto al elevador tres.

Destinos que convergen por un bien mayor. No me gusta llamarlo coincidencia.

-¿Subes? - me preguntó. Su voz era dulce a la vez que tenaz y decidida. Su mirada no distanciaba mucho de poseer la misma esencia.

-Si...voy a la planta treinta y cinco.- traté de sonreír, pero ella ya no miraba. Mi expresión debía resultarle insegura, y mi sonrisa, algo parecido a una mueca de dolor y timidez enmascarados.

Que estúpido, que patético.

Tres personas bajaron, salieron y nos hicimos a un lado para que pudieran pasar. Entramos en el elevador, juntos. Guardé silencio. Ella dijo en voz alta el mismo número de planta y las puertas se cerraron. Vivo en la misma planta, dijo sonriendo.

Destinos que convergen. Demasiado simple llamarlo coincidencia.

La miré fugazmente y volví la vista a las frías puertas azules. El panel del elevador iba sumando plantas rebasadas mas rápido de lo normal a mi punto de vista, deseaba que el tiempo se detuviera, que fallase el sistema eléctrico, que algo pudiera retenerla allí junto a mi.

-En...- tartamudeé – ¿En que habitáculo vives? - menuda pregunta, como si no lo supiese. Dulce ingenuidad como mascarada.

-En el ochenta y tres, ¿y tu?

-En el setenta y ocho.- conseguí contraer suficientes músculos como para recrear una sonrisa convincente, ella me la devolvió.

A partir de aquel día, el monorraíl se estropeaba siempre para mí, puesto que llegaba a casa veintitrés minutos más tarde. El retraso más bello e importante de mí vida.

Han pasado ya veintidós días desde que desperté aquí. Ya no estoy atrapado en la camilla, me soltaron para que pudiera caminar alrededor del cubo cristalino que se me antoja como una prisión. Aun no sé como puedo calcular el tiempo sin tener una referencia directa del paso de los días, pero siento como si un cronometro hubiera sido ubicado dentro de mi cabeza. Cuento los segundos de todo lo que ocurre a mí alrededor, y su sincronía a veces se vuelve tan precisa que asustaría a cualquiera.

Tres segundos y veintiocho milésimas en abrirse la puerta, siete coma diecinueve tarda el doctor en llegar hasta el comunicador. Cuando se marcha, el tiempo gastado en el proceso es exactamente el mismo aunque la acción sea la opuesta. Sincronía aterradora, leyes y patrones precisos en un mundo que aparentemente está regido por el caos.

No sé que narices me está pasando. No puedo detener mis pensamientos, y las soluciones a problemas hipotéticos que me planteo obtienen respuesta casi instantánea, pero miles de ellas y con diferentes variantes. De seguir así, acabaré volviéndome loco.

El doctor se llama Daniel Skov. Por el tono de su voz, la dilatación de sus pupilas y algunas de sus expresiones faciales, se que miente cuando me dice que me pondré bien. Algo debe marchar bastante mal, pero por ahora no estoy preocupado.

Tres segundos y veintiocho milésimas tarde en abrirse la puerta. Tengo visita.

El doctor Skov camina sonriéndome hasta llegar al comunicador, lleva consigo una holotabla desconectada. Toma asiento en una cómoda silla con respaldo elevado y ruedas que mueve unos centímetros aproximándose lo más posible a la mampara. Yo sigo mirándole sentado en la camilla. Evita mirarme directamente a los ojos. Mi expresión debe perturbarle.

-Buenos días, señor Matthew.

-Buenos días, doctor.

Guarda un breve silencio antes de proseguir hablando. En su mirada hay duda, pena tal vez. No serán buenas noticias por lo que puedo intuir.

-Bien, quisiera que hablemos un poco. Lleva ya algún tiempo con nosotros y creo que va siendo hora de explicarle porque está aquí. En la holotabla tengo el informe de rescate, el contrato que usted aceptó para la corporación Naixom y algunos datos más sobre su vida que ahora mismo no vienen al caso. Quisiera empezar por mostrarle el informe que su corporación nos envió unos días después de ponerle en cuarentena en este centro.

-Si es tan amable. - mi respuesta parece sorprenderle. Debo ser el primer paciente del mundo que acepta su condición fatal con tanta pasividad.
Enciende la holotabla. Una imagen tridimensional con el logotipo de Naixom se genera a unos centímetros de su superficie, con una calidad extrema. Ha debido de pasar mucho tiempo desde que vi una holotabla en funcionamiento, y por tanto, la tecnología ha evolucionado de un modo asombroso.

Puedo ver una fotografía mía reciente, antes de que todo esto pasase. Es la fotografía que utilicé en mi currículo con Naixom. Están todos los datos que rellené en su contrato, mi edad, mis estudios, mi residencia, mi vida resumida de un modo grotesco. La voz de una mujer suena leyendo cada uno de los apartados del contrato y prosigue hasta comenzar con el informe de extracción.

“Informe de extracción 270357A-015. Fecha de registro: 28 de junio del 3015 CC (calendario central) Sujeto: 135-14B Sistema planetario: Aramelia (número de registro: 7493/G)

El agente 135-14B fue enviado al sector 56 del hemisferio norte en calidad de agente colonizador para realizar un estudio previo de las formas de vida posibles, así como la debida comprobación cartográfica de la zona. Un vehiculo crisálida de descenso llevó al agente a la superficie del planeta Aramelia el 12 de junio, dieciséis días antes de su recogida, a la zona antes mencionada y fue activado el sensor Biotech reglamentario para la comprobación de su estado con un seguimiento constante desde la nave principal situada en orbita geosincrona.

El agente comenzó su exploración hacia las regiones occidentales según el plan de trabajo trazado por el grupo colonizador.

El 28 de junio se recibió una anomalía en el sistema Biotech. El agente mostraba un ritmo cardíaco anormalmente reducido junto a su función respiratoria. Fue detectado un agente biológico patógeno desconocido en su flujo sanguíneo que alteraba sus constantes vitales. La nave principal envió un vehiculo de rescate no tripulado que procedió a la recogida del agente en el mismo sector 56, a 22 Km. de distancia del punto de inicio.

El sistema automático de la nave recuperó al agente y se procedió a su precintado y criogenización.”

El doctor Skov apaga la holotabla. El resumen de lo sucedido es breve y conciso, pero ni mucho menos puede explicar que ocurrió en el planeta Aramelia.

Recuerdo el aroma de su cabello como si fuera hoy mismo. Aquella tarde que quedó atrás, perdiéndose entre mi olvido y mi rencor, sucumbiendo ante el tiempo y ahora nuevamente despertado sin saber exactamente porqué.

La terraza superior del bloque residencial no era un lugar idóneo para citas. No era un lugar idóneo para nada. Sistema eléctrico, pantallas fotosensibles, acumuladores de energía, recolectores de vapor y cientos de otros sistemas repartidos aquí y allá. Una maraña de tubos, cables y cajas metálicas que daban la sensación de ser las entrañas vistas de un enorme monstruo destripado.

A nosotros parecía no importarnos demasiado todo eso. Contemplábamos la puesta de sol en un profundo silencio que decía mil veces más que mil palabras, mirándonos de vez en cuando, cayendo yo en ese fulgor azul de sus ojos que parecía no tener fondo y que ahora, habiendo destrozado mis barreras, me resultaba casi imposible dejar de mirarlos. Tanto ella como yo, vestidos aun con el uniforme de trabajo de la planta de regeneración atmosférica, azul, liso y carente de detalles. Juliette moldeaba aquel tejido con su cuerpo de tal modo que lo hacía perfecto. Todo en ella en si lo era.

El sol se encontraba a medio camino entre el crepúsculo y el ocaso, rozando lentamente el horizonte y preparándose para caer en el letargo de la noche, que se propagaba como un manto purpúreo a nuestras espaldas. Trazos de fuego rojizo y violeta, destellos de verde perlado y sombras caoba, el cielo era una pintura abstracta en una atmosfera contaminada y en algunas regiones, letal. Solíamos comentar como el horror y la muerte venida del cielo podía parecernos tan hermosa cambiando el punto de vista. Éramos afortunados de vivir bajo la protección de las cúpulas cristalinas que nos libraban de la intoxicación del exterior, comprendíamos que aun existía vida tras aquellos cristales, vidas de hombres y mujeres que se veían rodeados de la miseria y la desgracia, luchando por sobrevivir en un mundo condenado. Nos veíamos a nosotros mismos como salvadores, tanto yo en la sección de mantenimiento de los grandes generadores como ella en el campo técnico. Nuestras vidas eran muy distintas por las funciones que desempeñábamos, pero no había sido un impedimento para que una luz brotase en ambos.

Aquella fue la primera noche que Juliette pasó conmigo. La primera de muchas otras, bajo aquel cielo muerto y sin estrellas, un cielo agonizante que a veces, según el punto de vista, podría ser uno de los más bellos, de todos los que vería en mi vida.

-Bien. ¿Que le ha parecido el informe? ¿Es correcto todo lo que menciona en él?- pregunta Skov. Deja a un lado la holotabla y acerca su asiento a la mampara de cristal. Parece realmente interesado en saber lo ocurrido.

-El informe es correcto.- el hecho de no añadir nada mas parece ponerle nervioso, o intrigado tal vez.

-¿Puede contarme que ocurrió en Aramelia, señor Matthew?

-¿Que desea saber exactamente?

-Todo, desde el momento en que llegó y piso tierra, hasta el instante en que se realizó la extracción.- dice sin dejar pausa entre mi pregunta y su respuesta. Definitivamente debe estar intrigado.

-Está bien.

-¿Le importa que active la holotabla para grabarle? Su corporación me ha solicitado que haga un informe completo sobre su estancia aquí y necesito proporcionar todos los datos que me sean posibles.

-No hay problema.- Respiro hondo, cierro los ojos y trato de recordar. En estos últimos días, los recuerdos se han convertido en datos procesados que puedo consultar cuando lo deseé. Es como si cada fecha, momento y lugar hubieran sido almacenados en una gran biblioteca con un registro terriblemente amplio y detallado. Es igual a ver en una holotabla la vida ajena de alguien, solo que en este caso es la mía, pero al contemplarla de ese modo, todo y cada uno de esos recuerdos carecen en si de emociones, sentimientos. Están vacíos, como si los hubiera vivido otra persona, como si cada uno de ellos fuera totalmente ajeno a mi propia vida.

El doctor Skov enciende la holotabla. El pequeño dispositivo de grabación sale de la bahía de cámara y se eleva gravitacionalmente hasta llegar a unos pocos centímetros de altura sobre mí. La imagen del video que Skov grabará será bidimensional, al no poder activar el resto de cámaras que debe llevar equipado el aparato, puesto que la mampara impide una grabación en varios ángulos y el correspondiente giro perimetral que permitiría una imagen tridimensional.

-Bien, ya está grabando. Cuando deseé puede empezar. - dice el doctor sin levantar la cabeza de la pantalla de la holotabla. Me tomo mi tiempo antes de empezar.

“Grabación del agente 135-14B/ 22 días después de la apertura del precinto de seguridad y su ubicación en instalaciones preparadas para contención de agentes patógenos extremos.

-Bien, ya está grabando. Cuando deseé puede empezar. Diga su nombre y algunos datos sobre usted para que quede registrado en la grabación, si es tan amable.

-Mi nombre es Francis Matthew, nací el veintiuno deFebrero del año dos mil novecientos setenta y dos en la maternidad Di Coppi III. Tengo cuarenta y tres años.

-Bueno, ese ultimo dato no es del todo preciso, puesto que nos encontramos en el año tres mil sesenta y ocho, y técnicamente usted tiene la edad de...

-Noventa y seis años.

-¿Alguien le había comentado la fecha en la que nos encontrábamos?

-No. Pero imaginaba que la contracción temporal del viaje hasta Aramelia, ida y vuelta, mas el tiempo que pasé allí antes de bajar al planeta, causaría una diferencia significativa a mi regreso.

(Anotación: el paciente no se muestra alterado ante los efectos de la contracción temporal como suele ser normal en estos casos)

-Bien. Cuénteme como fue su llegada al sistema Aramelia.

-Violento sería la palabra que mejor lo describiría.”

Violento. Recuerdo que todo temblaba, me resultaba casi imposible seguir las lecturas en la pantalla de la nave crisálida. No había ninguna referencia visual en mi descenso, ninguna ventana por donde asomarme, nada que me dijera realmente cuanto faltaba para colisionar en tierra firme. Los datos de las pantallas marcaban un seguimiento constante y todo estaba automatizado. Solo tenia que esperar al final del trayecto, el asiento de seguridad desbloquearía los amarres que me protegían de rebotar contra las paredes de metal cuando todo hubiera pasado. Alguien había errado los cálculos de entrada y la resistencia a la que se veía sometida la nave duraba demasiado. Podía imaginar como las capas cerámicas se desprendían una a una, rodeadas de un fuego abrasador, como el metal se encendía, se dilataba y desquebrajaba como si la atmosfera de Aramelia lo arañase con el único deseo de encontrar lo que había allí dentro. Estoy seguro de que otros no lo lograron.

Una explosión terrible resonó por todo el mamparo interno. La desaceleración me clavó el mentón en el pecho y por un momento pensé que me arrancaría la cabeza. Los reactores de frenada se habían activado. El sonido era ensordecedor.

La temperatura que se había generado en el interior fue bajando a medida que la nave descendía, y paso de tener un envoltorio de llamas a otro de hielo, menos intenso que el anterior pero más duradero. Me estaba congelando cuando la nave por fin toco tierra, clavando el pico inferior, enterrando los reactores y colocando tres ejes para mantener la nave erguida. El sistema de amarres del asiento se desbloqueó.

En la pantalla principal pude ver los datos sobre climatología y composición atmosférica. Ya estaban más que estudiados. Cargué los datos del descenso en un disco de progreso, conecté el Biotech y abrí la compuerta al exterior.

Los soles de Aramelia me cegaron durante un instante. Fue necesario aplicar varios filtros del casco para poder observarlos sin sufrir daños en la vista. Recuerdo la imagen perfectamente; una estrella azul enorme y otra amarilla que giraba a su alrededor, capturada y viéndose sometida a morir lentamente absorbida por la mas grande, dejando una columna de fuego incesante que las unía en una especie de danza macabra interminable, que seguramente había comenzado millones de años antes de mi llegada y seguiría millones de años después de mi marcha.

Aquel sistema de soles conjugaba un mundo extraño, dotando al paisaje de una amplia gama de colores a lo largo del día, a veces de un azul intenso, otras en cambio, de pinceladas lapislázuli y destellos verdes abriéndose paso entre las nubes.

Como ya se sabía, Aramelia estaba totalmente inundado de vida. La vegetación del planeta se había estudiado durante largo tiempo antes del descenso de las naves crisálida, y compartía en muchos aspectos cierta similitud con la terrestre, con la principal diferencia depositada en la clorofila, pues en Aramelia toda la vegetación poseía un tono azulado, evolutivamente adaptado, para captar con mayor intensidad la luz provinente del mas grande de sus dos soles. Lo que resultaba mas curioso de todo aquel mundo nuevo era la total ausencia de vida animal, en todas sus formas y niveles.

Las estructuras de los vegetales pluricelulares no siempre coincidían con los que poseíamos en la Tierra. El enfoque de su evolución se había basado total y unicamente en la resistencia y la captación de luz. Había muchas de las especies que parasitaban a otras, pero la norma general era crecer lo más alto posible para hallar la luz, creando bosques de tonos azulados con una pobre vida en su base, pero poseedores de una impresionante altura que se cerraba en un tupido cúmulo de hojas de tamaños y formas variadas, dotando a los bosques de aspecto a inmensas e infinitas catedrales de complejísima nerviación.

Habíamos estudiado el planeta entero por sectores, consiguiendo muestras a partir de vehículos no tripulados que mandaban al espacio los especimenes, siendo recogidos por la nave principal. Muestras de tierra y agua, que habían sido sometidas a rigurosos análisis sin encontrar ni una sola bacteria que pudiera ser catalogada como parasitaria para un ser humano, a decir verdad, en su totalidad, todas poseían orgánulos destinados a la captación de luz. Era demasiado extraño, destrozaba la teoría de miles de xenobiólogos, pero sin duda era cierto. Aramelia era un mundo vegetal, toda vida existente se basaba en ello, y nuestra especie pasaría desapercibida de posibles enfermedades.

Los informes atmosféricos eran positivos. Algunos de los científicos habían comentado que el aire era tan puro como en la Tierra lo fue, miles de años atrás en el tiempo. No pasé más de una hora con el soporte vital conectado. Abrí el traje pese a todos los avisos del sistema, fueron necesarios varios códigos para desconectar los protocolos de seguridad.

Respiré hondo. Sentí el aroma de Aramelia entrar en mi y una sensación de alivio recorrió mi cuerpo al comprobar que su atmosfera no me envenenaría.

Ya no sería necesario volver a la nave crisálida cada tres días de operaciones, puesto que ese itinerario estaba pensado para el reabastecimiento de oxigeno. Cargué con todos los víveres que me fueron posibles, dejé el traje abandonado dentro de la nave de descenso, consulte el holomapa y comencé a caminar en la dirección señalizada para empezar con mi autentico trabajo. Comuniqué a la nave principal que había abandonado el traje pues no era necesario. Dijeron que las condiciones atmosféricas eran favorables, pero las temperaturas se verían levemente reducidas al llegar la noche. Según mis propios cálculos, eso tampoco resultaría un problema las mantas térmicas me mantendrían con el calor suficiente y los días en aquel mundo nuevo eran calurosos sin llegar a ser asfixiantes.

A lo largo de mi viaje vi lugares increíbles, tuve la ocasión de estudiar detenidamente nuevos especimenes y vi las puestas de sol, de soles para ser mas preciso, más espectaculares que jamás vería en toda mi vida.

Aramelia me había enamorado, llenando aquel hueco vacío que sentía en mi alma. Estaba tan entusiasmado que el despertar era la puerta de una nueva ilusión, y conciliar el sueño sobre su tierra, una nueva manera de encontrar la paz y el descanso, siempre con una sonrisa dibujada en mi rostro.

Dieciséis días después de mi llegada, fue cuando encontré el valle. La noche anterior había trepado por una cresta paralela a un cañón que parecía haber sido un río mucho tiempo atrás. Las dificultades de su geografía me obligaron a modificar el rumbo ligeramente al norte y perder de vista el horizonte a causa de una cordillera muy elevada que se encontraba frente a mí en forma de media luna. Después de varias horas, llegué a un desfiladero y grabé una panorámica de la zona. Fue entonces cuando vi algo inusual en la previsualización. Era una zona completamente distinta a lo que había visto hasta entonces, una zona en que la gama cromática natural de la vegetación cambiaba a tonos amarillos muy vistosos.

Marqué el lugar en el holomapa y descendí con mucha dificultad al valle donde se encontraba la zona mencionada. La región estaba ocupada prácticamente en su totalidad por un bosque muy denso. Avanzar me costo varias horas, y hubiera perdido el rumbo de no ser por el sofisticado equipo de guía. No pude ver el lugar hasta que me encontré en sus puertas.

Era un grandioso círculo en mitad de la espesa vegetación. Ocuparía un par de kilómetros quizá, me quedé paralizado durante varios minutos contemplando el paisaje.

Flores. Había flores, y eran enormes, más grandes aún que los girasoles que antaño había en nuestro propio mundo. Poseían una forma extraña y difícil de describir, pero tenían cierta similitud a las orquídeas.

¿Como podían existir flores? No tenia sentido. Aramelia era un mundo sin vida animal, y el diseño natural de una flor estaba concebido para llamar la atención de los insectos, impregnarlos de polen y de ese modo, el insecto fecundar a otros especimenes dando lugar al intercambio genético y la consiguiente evolución. ¿Habría vida animal en Aramelia y no nos habíamos dado cuenta?

Caminé entre ellas observándolas con detenimiento. Traté de oler algunas pero no poseían un aroma especial que resultara llamativo, tan solo su intenso color amarillo frente a un tallo azulado. Recogí muestras e hice fotografías. Al agitarlas, desprendían un polvo casi translúcido. Al analizarlo, pude ver que principalmente estaba compuesto de silíceo, algo tan extraño como la presencia de aquellas flores en el planeta.

Era medio día, había habilitado un lugar en el borde de la zona donde crecían para depositar el equipo y desplegar el pequeño laboratorio portátil, cuando comencé a sentir una intensa sensación de cansancio y sueño. Deje todo lo que estaba haciendo, no me veía con fuerzas para continuar, y me tumbé entre la hierba, con la vista perdida en el cielo, observando las formaciones nubosas de Aramelia, pinceladas con tonos verdosos y azulados, y aquellas flores altas y hermosas que se cernían sobre mi mientras caía en la mas profunda oscuridad.

Luego, desperté aquí.

La historia de mis andanzas por Aramelia parece satisfacer al doctor Skov. Durante un largo rato tan solo se ha limitado a observarme mientras narraba lo ocurrido y de vez en cuando anotaba algo en su holotabla. En su mirada hay un brillo especial, como el de un niño ante un juguete nuevo. Para él, yo debo ser algo parecido. Una anomalía en su rutina, algo que le sorprende, una oportunidad de subir escalones en su trabajo. Por mucho empeño que le ponga, no consigue convencerme de que su preocupación es real. Tampoco me importan demasiado ni sus objetivos ni sus logros, ni siquiera anhelo el exterior de esta celda. Para mi el mundo ha cambiado, como otras tantas veces a lo largo de mi vida, solo que esta vez parece ser de un modo definitivo.

Juliette se mudó a mi habitáculo. No tenía demasiadas cosas en el suyo, puesto que hacia relativamente poco tiempo que había sido ubicada en mi bloque residencial y en la planta de regeneración atmosférica. Habían sido unos días felices, aunque ahora el término se me antoje difuso e incomprensible.

El tiempo había pasado y nos habíamos habituado el uno al otro. Habíamos rellenado docenas de solicitudes para que nos concedieran un lugar un poco mas espacioso, pero la corporación no perdía el tiempo con las suplicas de sus trabajadores.

De todas las solicitudes de diferentes tipos que enviamos, la negativa que más afectó a Juliette, fue el hecho de que no le concedieran el permiso para poder tener un hijo biológico.

Tanto ella como yo, habíamos nacido en centros de maternidad, como la gran mayoría de la población mundial. Salidos del vientre de una maquina, modificados genéticamente para desempeñar funciones especificas. Todos los que nacían en esas condiciones, carecían de la capacidad de procrear; solo la aceptación de la solicitud y la debida administración de medicamentos permitirían a Juliette y a mí poder tener hijos nacidos de nuestra unión.

Después de la tercera negativa, Juliette cayó en una depresión que fue en aumento. Sentía desgana por todo lo que hacía e incluso llegó a retrasarse en la entrada al trabajo en tres ocasiones. Estuvo a punto de perder el derecho al habitáculo.

Fue entonces cuando me pidió tiempo. Yo no conocía ese concepto. Tiempo a solas, tiempo para pensar, tiempo para olvidar.

No lograba entenderla. Solo sentía que entre ambos, una barrera crecía día a día.

Cuando estábamos juntos, en realidad, hacía sentirme alejado de ella, distanciados a tantos millones de kilómetros como lo estaban las estrellas entre si. Tratar de acercarme, acariciarla, hablarle para expresar mi deseo de volver a verla como antes, era un modo de acelerar su alejamiento, como aborrecida por mi presencia, como si aquello que habíamos vivido fuera un mero recuerdo que el tiempo se esforzaba por borrar.

Sus visitas fueron menos frecuentes, las mías inexistentes por el temor a empeorar lo que ya de por si parecía no tener remedio.

Descubrí por primera vez en mi vida lo que era la desesperación, una nueva forma de soledad anexada al dolor de una perdida irreal. Como la vida se descontrolaba por falta de un ingrediente desconocido y la rabia por carecer del conocimiento para encontrarlo.

Vivir se transformó en algo superfluo. Trabajar era un terrible pesar donde los movimientos mecánicos de una labor aprendida durante toda una vida daban lugar a largas horas de pensamientos que atravesaban mi mente, desgarrándola, con dudas inexistentes, supuestos amantes ficticios, decepciones personales por carecer de la capacidad de dar aquello que se me pedía sin conocer la necesidad. El tiempo se había convertido en un tormento, y en el interior de mi cabeza, un huracán de ideas absurdas tomaba forma a la vez que se destruía para volver a renacer.

Desde mi puesto de trabajo, miraba hacia los grandes ventanales reflectantes que formaban el edificio principal de oficinas de la planta de regeneración. Soñaba con que ella me observaba a través de los cristales, que anhelaba regresar a mi vida pero no sabía como hacerlo. Entonces la amaba más que nunca, en aquel sueño absurdo, para después odiarla del modo mas profundo al recordar la realidad.

Una tarde de Enero, encontré la copia de la tarjeta de entrada de mi habitáculo que le había dado a ella, encima de la mesa de centro. Había una nota escrita en papel en la que me explicaba que no podía volver a verme, que lamentaba que las cosas hubieran ido tan mal entre nosotros y que había solicitado un cambio de bloque residencial. Al parecer, aquella solicitud la tramitaron con una velocidad desmesurada, pues no volví a verla en mucho tiempo.

Yo aun continuaba con mi angustiada vida, arrastrándome por un mundo que ya había dejado de ser bello, que cada día se volvía mas real y podrido a mi alrededor, que comenzaba a detestar y que deseaba dejar atrás, huyendo en busca de un destino mejor, falsamente lleno de alegrías que otrora me hubieran llenado, y que ahora considero tan efímeras como un triunfo ajeno.

No sé bien porque lo hice, quizá por flagelar mi alma más aún por ese deseo intrínseco de besar lo más hondo del abismo humano. Busqué información de su paradero en la red interna.

Había pasado mucho tiempo viviendo aquí y allá, como si ella misma tampoco encontrase un lugar idóneo para reposar su propio sufrimiento, sin tener un rumbo fijo. Los últimos datos de residencia la ubicaban en una región polar, realizando las mismas funciones para las que había nacido, solo que esta vez no vivía sola. Tenía un nuevo compañero.

Fue como si una daga al rojo vivo se clavara en mi pecho y oscilase de un lado a otro para indagar en él. La sola idea me resultaba repulsiva, obscena, aterradora. Apretaba los dientes hasta oírlos rechinar y cerraba los ojos con fuerza. Tanto odio, y tanto amor a la vez, resultaba demencial, y por momentos perdí la cordura, grité hasta perder la voz, y después agradecí la soledad de las cuatro paredes frías que me envolvían y su silencio comprensivo.

Me invadió el deseo de escapar. La Tierra era un lugar demasiado pequeño para mí. A sabiendas de las distancias, la sentía junto a mí, como si ambos fuéramos unidad, como si todo aquello fuera un mal sueño del que no podía despertar.

Debía romper con todo lo que me unía a ella.

Busqué en la red externa. Colonización de mundos, una oportunidad de huir del pasado. Naixom ofrecía un contrato único, cancelación de contratos de trabajo actuales, muchas ganancias y un seguro medico ilimitado. Un nuevo mundo que colonizar, llamado Aramelia. Existían cientos de mundos, pero tan solo tres tenían atmosfera respirable y vida. Aramelia era el último que había sido encontrado.

El desgaste temporal, la contracción del espacio-tiempo, significaba que todo lo conocido en el mundo que dejaba atrás habría desparecido a mi regreso. Ella habría desaparecido también.

Sabía que aquello me haría sufrir más, pero una vez la nave despegase, no habría vuelta atrás, y a fin de cuentas yo tan solo deseaba que aquel espacio negro se me engullera, y que el nuevo mundo me diera la fuerza necesaria para olvidar.

Olvidar. Destinos que se rompen por un bien mayor.

Siempre odié llamarlo coincidencia.

El doctor Skov desconecta la función de grabado, la cámara gravitatoria vuelve a su bahía y apaga la holotabla.

-Vaya, así que flores…- dice mas bien para si mismo, mientras observa la negrura de la pantalla desconectada de la holotabla.

-Así es. Flores amarillas.

Se toma un tiempo antes de volver a hablar. Deduzco que esta dudando si decir o no algo en concreto.

-Verá, le seré sincero – dice mirándome a los ojos – Al parecer, esas flores que menciona poseen una extraña sustancia que entró en su flujo sanguíneo a través de los pulmones, cuando usted respiro el aire de aquella zona. En efecto, su base es silícea. También le diré que hasta el momento, no hemos podido eliminarla de su cuerpo, parece extenderse por todo su cerebro lentamente, multiplicándose y, por decirlo de algún modo, transformando algunas regiones de su córtex. Por eso, principalmente, he grabado su declaración, porque su cerebro se esta reestructurando, sobretodo las zonas donde hay mas actividad sináptica. Está perdiendo sus recuerdos - vuelve a observarme para ver mi reacción. Siento como si ya supiese lo que me explica. Se extraña al ver la ausencia de preocupación aunque ya sepa el motivo.

-Continúe – le digo. Tarda algunos segundos en retomar su charla.

-Cuando recuerda varias ocasiones un mismo hecho, ese recuerdo se ve afectado por la sustancia silícea, y comienza una especie de proceso de reparación que sustituye sus neuronas por un complicado compuesto de silicio y carbono. Por suerte, no todo su cerebro se ve afectado por esta extraña infección. Estamos estudiando la posibilidad de extirpar las zonas afectadas, pero muchos compañeros, al igual que yo, creemos que esto no le beneficiará en absoluto. Hay discrepancias, pero también necesitamos su aprobación para ese tipo de intervención.

-No deseo que me extirpen nada.

-No, no, le comprendo. La operación es complicada y los daños que se causarían serían incluso peores que dejarlo como está. Solo quería informarle de que hemos hecho todo lo posible. Aun nos quedan algunas pruebas que realizarle, y saber con exactitud si esas toxinas que porta no serán un peligro a largo plazo para otras personas que se puedan ver expuestas. Por el momento, solo le afecta a usted y la sustancia no ha tratado de encontrar un medio de expandirse fuera del cerebro, ni en su propio cuerpo ni hacia el exterior.

-¿También olvidaré que tuvimos esta charla, doctor? - la pregunta parece desorientarle un poco.

-Sin duda, tarde o temprano lo hará. Cualquier concepto de pasado quedara eliminado de su mente, solo verá el día a día sin posibilidad de retener nada. Creemos que también afecta a su capacidad de sentir. Quizá por eso no le afecta conocer el mal que tiene encerrado en su mente, no volverá a sentir miedo, ni compasión, ni afecto... Lamento tener que decirle todo esto.

-No se preocupe doctor. Yo no puedo lamentarlo.

Las últimas pruebas a las que hacía referencia el doctor Skov eran puras torturas que no obtuvieron el resultado deseado. Habían indagado en mi vida, en la de Juliette inclusive. Habían conseguido imágenes de nosotros juntos, pero sobretodo imágenes de ella, en su trabajo, paseando junto a su último compañero. Imágenes de su vejez, de su muerte.

Me las mostraron una a una mientras una cámara filmaba mi reacción. Nada de aquello me afectó en absoluto. Apenas me quedaban ya recuerdos de ella en la mente de tanto tratar de recordarla. Poco a poco se marchaba, y con ella se iban mi infancia, mi aprendizaje, Aramelia y sus majestuosos paisajes, mi juventud, mis sueños, mis ilusiones y sobretodo, mi dolor.

Ficheros de audio, su voz inmortalizada sonaba otra vez, una voz joven y dulce. Había tratado de contactar conmigo varios meses después de mi partida hacia el nuevo mundo. Era una voz triste que trataba de disculparse entre sollozos, suplicas de perdón, de incomprensión al no devolverle las llamadas, sintiéndose afectada por la indiferencia que yo parecía mostrarle.

Su último mensaje tenía cincuenta y dos años de antigüedad. Fue cuando comprobó que me había marchado de la Tierra y que jamás volvería a verme. Dejó un mensaje para que lo escuchara a mi regreso. Aún te amo, esas fueron sus palabras. Mencionaba que jamás se perdonaría el sufrimiento que había causado en mí como para tomar aquella decisión que nos separaría para siempre.

Soy capaz de imaginarme como era antes. Me alegraría de tener medio cerebro de silicio si pudiera o supiera como hacerlo. Mi antiguo yo quizá no hubiera soportado aquellas imágenes ni aquellas disculpas.

Deseé cruzar el cosmos en busca del olvido, y esa había sido mi recompensa. Ni siquiera soy capaz de sentir dolor por la ausencia de la capacidad para sentirlo. Es todo confuso y a la vez, claro y simple. De esa manera, nada tiene sentido, y todo lo tiene.

Naixom se encarga de cumplir bien con su seguro ilimitado. Tengo una paga mensual por invalidez; bastante abundante, más de lo que necesito. Me dieron el alta en el hospital y el doctor Skov me hizo firmar varios documentos en los que me comprometía a no revelar nada de lo ocurrido en Aramelia. La ironía es que posiblemente lo único que recuerdo de aquel mundo es su nombre y por pensar en él ahora mismo, quizá mañana no logre recordarlo.

Lo único que no he podido olvidar, aunque haya pensado en ellas cientos de veces, son aquellas magnificas y bellas flores amarillas que tanto me cambiaron.

Ahora los días pasan, y cada uno nuevo que llega, borra los recuerdos del anterior, haciendo de mi vida un proceso repetitivo. Me despierto, me miro en el espejo y trato de saber que tengo que hacer, para luego descubrir que en realidad, solo me queda vivir y contar el tiempo, ochenta y seis mil cuatrocientos segundos esperando al día siguiente.

Naixom ha entrado en el juego de la guerra, según las ultimas noticias. Es curioso como las corporaciones son capaces de cambiar sus funciones según el tiempo en que les toque vivir. La revolución ha saltado en varias de las colonias. Solo veo sangre y muerte en la holopantalla de mi habitáculo, a veces incluso consulto la red externa con deseo de ver mas detalles sobre lo ocurrido, aunque cada vez que la miro, todo me resulta nuevo.

Existe un rumor que corre por la red. Un fármaco que entró nuevo en el mercado hace poco tiempo por la mano de Naixom. Convierte a los soldados en maquinas de matar, sin piedad, sin temor, fríos como témpanos de hielo.

Los soldados lo llaman la flor del olvido.

1 comentario:

jessica dijo...

pero bueno!!!!!!buenisimoooooo

Textos Publicados